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Por Yeison Derulo
Artemisa.- En Cuba el oxígeno de los hospitales no se pierde solo en los respiradores artificiales: se escapa también por las grietas de un sistema corroído donde los insumos médicos se convierten en mercancía clandestina. El caso del Hospital Provincial Ciro Redondo García, de Artemisa, lo confirma.
La denuncia partió de la sala de terapia intensiva, allí donde cada ampolla, cada guante, cada jeringuilla, marca la diferencia entre la vida y la muerte. Fueron los propios trabajadores quienes sospecharon que algo no cuadraba y levantaron la voz. La investigación arrojó lo impensable —o lo demasiado común—: dos empleados del hospital, un enfermero y un trabajador de admisión, dedicados a sustraer insumos y medicamentos con fines de lucro.
El registro en una vivienda de Mariel fue revelador: antibióticos inyectables, sueros, hilos cromados, guantes quirúrgicos, nasobucos. Todos, materiales imprescindibles para sostener el pulso de los pacientes más graves. Muchos procedentes de donaciones internacionales, con cobertura mínima en la institución. La lista se alarga: un ventilador de la sala de endoscopia, recetas médicas, colchas, toallas, papel de electro y hasta gel de ultrasonido. En resumen, un hospital paralelo escondido en un domicilio particular.
El teniente coronel Ernesto Rivero intentó poner el acento en el “orgullo” que supone haber desmantelado la red delictiva. Orgullo, dice. Pero lo que deja el caso es más bien bochorno: la confirmación de que los hospitales cubanos no solo sufren apagones eléctricos y carencias estructurales, sino también apagones morales en los que se trafica con lo que debería salvar vidas.
La jefa de enfermeras, Yanelín Betancourt Noa, habló entre lágrimas de “tolerancia cero” y de la necesidad de ser “veladores de nuestros recursos”. Noble discurso, pero el problema es más hondo que un par de medidas de seguridad. Porque mientras el sistema siga dependiendo de donaciones, de insumos contados, de salarios que no alcanzan para sobrevivir, siempre habrá un incentivo para que el bisturí del mercado negro corte por donde más duele: la salud del pueblo.
Hoy se anuncia una investigación, un par de arrestos, un ventilador recuperado. Mañana, seguramente, otra denuncia emergerá de otro hospital. El verdadero cáncer no está en dos trabajadores atrapados, sino en un país donde el robo de medicinas se ha naturalizado como vía de subsistencia. Y ese mal, a diferencia de los pacientes en terapia, todavía no tiene cura.