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Por Max Astudillo ()

La Habana.- Mientras en La Habana un niño duerme abrazado a un ventilador que no gira porque no hay luz, y su madre cuenta los minutos para que amanezca y se lleve el calor que empapa la cama de sudor, los mismos que han convertido la electricidad en un privilegio de clase se reúnen en oficinas con temperaturas polaroides a planificar el próximo discurso sobre la “resistencia heroica del pueblo”.

¿Qué saben ellos del calor? ¿Qué saben de esperar 12 horas por un muslo de pollo? ¿Y qué saben de dormir con mosquitos que transmiten dengue porque no hay repelente en ninguna tienda, pero sí en las clínicas privadas a las que solo ellos acceden?

Hablan de solidaridad internacional mientras ignoran la caravana de desesperación que recorre cada día las calles de Cuba.

¿Cómo puede un ministro aparecer en la televisión conmovido por el hambre en otros países cuando en su propio territorio los estudiantes se desmayan en las aulas por hipoglucemia? ¿Cómo se atreven a donar médicos al exterior cuando en los hospitales cubanos no hay algodón, no hay aspirinas, no hay jeringuillas?

La solidaridad es su coartada, la fachada que esconde su miseria moral.

Prioridades y doble discurso

¿Dónde está la prioridad? Mientras el pueblo se ahoga en apagones de 20 horas, ellos invierten millones en remozar la Casa Central de las FAR con áreas de playa y restaurantes de lujo. ¿Es ese el “período especial” que viven ellos? ¿El mismo que les permite viajar, comprar, vivir como magnates mientras el cubano de a pie cuenta los granos de arroz que le quedan en la olleta?

¿Quién les dio el derecho a decidir que unos merecen playas y aire acondicionado y otros merecen sudar hasta la deshidratación?

Y luego está el cinismo de la propaganda. Insisten en culpar al “bloqueo” de todo, hasta de la falta de papel higiénico. Pero nunca explican por qué ese mismo bloqueo no les impide construir hoteles de lujo, comprar carros blindados o mantener una maquinaria represiva bien aceitada.

¿El bloqueo afecta solo al pueblo? ¿Es una maldición bíblica que discrimina entre elegidos y condenados? ¿O simplemente es la excusa perfecta para encubrir seis décadas de pésima gestión, corrupción y prioridades invertidas?

El teatro más absurdo

Los mismos que exigen sacrificios a la población son los que envían a sus hijos a estudiar a Europa, los que compran en tiendas en divisas, los que tienen acceso a medicamentos importados mientras una anciana muere esperando un paracetamol. ¿Es esa la igualdad que prometieron? ¿La justicia social que defendieron?

Lo único igualitario en Cuba hoy es el sufrimiento, pero incluso ese sufrimiento tiene niveles: el de ellos, con almohadas de plumas y generadores eléctricos, y el del pueblo, con colchones mojados de calor y noches en vela.

Al final, la pregunta es sencilla: ¿cómo duermen por las noches? ¿Cómo miran al espejo sabiendo que su riqueza se construye sobre la miseria ajena? ¿Cómo aplauden en actos políticos mientras fuera los niños juegan a adivinar cuándo llegará la luz?

Cuba se ha convertido en el teatro del absurdo más cruel, donde los actores principales viven en un set de filmación con final feliz, y el público real se muere de hambre entre las butacas. Y lo peor es que ellos siguen creyendo que el show debe continuar.

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