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Por Sergio Barbán Cardero ()
Miami.- He vuelto a mi reflexión de ayer porque mientras escribía una denuncia sobre la «campaña de calumnias y deshumanización contra el Secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, auspiciada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba», paradójicamente estaba ocurriendo un terrible atentado contra Charlie Kirk, un joven líder conservador que acaba de perder la vida.
A primera vista parecen sucesos distintos, pero en realidad tienen un hilo en común: el odio como herramienta política.
En Cuba, el régimen organiza actos oficiales donde se incita a ver a un funcionario estadounidense como “enemigo”, y se pronuncian frases siniestras como: “La Revolución cubana estará esperando para decirle: Adiós, Marquito”. Eso no es política, eso es un réquiem anticipado, una invitación abierta a la violencia contra quien piensa diferente.
Paralelamente, figuras como «Manolo de los Santos» han ejercido un papel destacado como «agitadores políticos en universidades de Estados Unidos, promoviendo la agenda del régimen cubano entre jóvenes estudiantes mediante conferencias, talleres y encuentros de “solidaridad internacionalista”.
Su relación con el gobierno de Miguel Díaz-Canel es pública: ha participado en eventos oficiales en La Habana y ha utilizado su influencia para «difundir la narrativa del régimen en espacios académicos estadounidenses», generando simpatía por un sistema autoritario y alentando la desinformación sobre la realidad en Cuba.
Al mismo tiempo, en Estados Unidos, un activista como Charlie Kirk cae asesinado mientras defendía sus ideas en una universidad. No es casualidad; cuando se legitima la deshumanización del adversario, siempre habrá un fanático dispuesto a transformar palabras en balas.
Por décadas, el régimen cubano ha señalado a los exiliados de Miami como “odiadores”, y últimamente los ha etiquetados de «terroristas» dentro de ellos a la figura de Marco Rubio, antes como senador de origen cubano y ahora como Secretario de Estado de los Estados Unidos.
Pero la verdad es otra: el odio más peligroso es el que se patrocina desde el poder.
Cada consigna, cada insulto, desde una tribuna oficial, cada campaña de difamación… son semillas que pueden convertirse en tragedias. Hoy lo repito con claridad: quienes siembran odio, cosechan violencia.
Una pregunta final: ¿No era que en Miami estaban los odiadores?
Hoy, 11 de septiembre, nos recuerda que el odio siempre deja cicatrices profundas. Esta fecha coincide con otro hecho trágico, el atentado a las Torres Gemelas, donde la violencia y el fanatismo se cobraron miles de vidas inocentes. Una fecha que simboliza hasta qué punto el odio, cuando se fomenta y se legitima, puede transformarse en tragedia.