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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Ayer, a las tres y diez de la tarde, en un lugar llamado apeadero Jibacoa, en la provincia de Mayabeque, un tren cargado de la dulzura de este país se volcó para recordarnos la amargura con la que funciona todo.
Doce vagones de miel, viajando desde los centrales azucareros de Camagüey —nombres que suenan a epopeya pasada: Batalla de las Guásimas, Carlos Manuel de Céspedes—, decidieron que ya estaba bien de rodar sobre raíles que son una metáfora de la isla: vías que se tuercen, se rompen, se hunden en la tierra como si se rindieran. Tres cisternas se acostaron para siempre y derramaron su oro oscuro y espeso. La miel se fue por la tierra, como se va todo aquí.
No hubo muertos. En Cuba, en estos descarrilamientos de la vida cotidiana, a veces los hay y son tragedias que se lloran un día y al siguiente son noticia vieja. Otras, como esta, solo hay pérdidas materiales. Y qué es una pérdida material en un país que ha perdido hasta la materia de los sueños.
Trescientas traviesas dañadas, cuatrocientos metros de vía hechos trizas. Los números siempre son fríos, pero en Cuba queman: son la medida exacta de lo que se desmorona cada día, kilómetro a kilómetro, traviesa a traviesa.
La locomotora, la 38093, se quedó quieta, ilesa, como un general que desde atrás ordena la batalla y ve cómo su ejército cae en el frente. Ella sigue funcionando, ella aguantará. Es la que siempre sale bien parada. Los que volcaron fueron los vagones, los que cargan con el peso. La miel, que es para exportar, para ganar divisas, para que el Estado tenga algo que meter en unos bolsillos llenos de agujeros, se regó por el suelo. Un país que se cae a pedazos no puede ni siquiera vender su dulzor al extranjero sin que se le derrame por el camino.
Un equipo de expertos, dice la nota, investiga las causas. Uno se imagina a los técnicos, hombres serios con overoles, mirando los raíles rotos y sacudiendo la cabeza. ¿Las causas? Las causas están en La Habana, en un ministerio donde un funcionario firma un papel para importar traviesas que nunca llegan.
Las causas son los años de inventar soluciones con alambre y fe, de parchear lo que necesita una operación a corazón abierto. Las causas son el bloqueo, el bloquedo interno, la incapacidad de un sistema que ya no da para más. La causa es que esto es Cuba, y aquí hasta los trenes se cansan de seguir las vías.
Y mientras, la gente. La gente que vive cerca de Jibacoa debe de haber salido con cubos y botellas a rescatar lo que se pudo de la miel derramada. En un país donde el azúcar es una memoria y la comida una obsesión, un regalo de la tierra dulce y pegajosa no se desaprovecha. Es el trueque final: el estado pierde divisas, y los de abajo ganan, por una tarde, un poco de miel para endulzar el pan duro. La economía circular de la pura necesidad.
Al final, el tren descarrilado es la foto que resume todo. El viaje hacia ninguna parte, la infraestructura que se cae, la carga que se pierde, la resiliencia de los que se llevan las migajas del desastre y la impasibilidad de los que, desde la locomotora ilesa, seguirán dando órdenes para el próximo viaje.
Hasta que la próxima vía, podrida por dentro, también decida decir basta.