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Por Redacción Nacional
La Habana.- La figura de Lis Cuesta Peraza se ha vuelto inseparable de las giras internacionales de Miguel Díaz-Canel. En cada foto oficial aparece en segundo plano, sonriente, vestida con discreción. Recorre museos o teatros como si de una acompañante ornamental se tratara. La imagen de la visita a Vietnam, donde se le ve manipulando una marioneta de agua ante la mirada complaciente de los presentes, ilustra a la perfección ese rol. Presencia sin protagonismo, viaje sin agenda, figura sin voz propia.
Aunque ella misma ha declarado que no se considera “primera dama” porque ese concepto es patriarcal y obsoleto, la realidad desmiente sus palabras. Sus apariciones en medios oficiales y sus actos junto a embajadoras y ministras extranjeras le otorgan de facto ese título que dice rechazar. Además, su constante presencia en las giras refuerza esa imagen. Declina el cargo en el discurso, pero lo ejerce en la práctica, consolidándose como parte del decorado político del régimen.
A ese rol de acompañante se suma un detalle que no pasa inadvertido: la ostentación. Desde su etapa como ejecutiva del turismo su figura ha sido asociada a bolsos de lujo y accesorios de miles de euros. Eso crea un contraste hiriente frente a la miseria cotidiana del cubano común. Mientras el país enfrenta apagones, hambre y desabastecimiento, ella desfila con un estilo de alta gama. Refuerza así la distancia entre la élite y el pueblo.
Lis Cuesta no impulsa proyectos sociales ni encabeza programas de impacto. Su agenda se limita a aplaudir, cortar cintas o sonreír en actividades protocolares. Es la acompañante perfecta: visible pero silenciosa, presente pero irrelevante. Su rol es, en esencia, simbólico. Humaniza a un presidente sin carisma y le da un aire de “normalidad” familiar a un régimen que carece de legitimidad social.
En la foto de la marioneta vietnamita se condensa todo: un gesto amable, un acto cultural inofensivo y vacío de contenido. Viaja, posa y sonríe, pero no deja nada. Es el retrato de una mujer que recorre el mundo al lado de Díaz-Canel, sin aportar soluciones ni proyectos. Se convierte en la metáfora perfecta de un poder que vive de la forma, pero carece de fondo.