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La decapitación de Carlos I

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Cuando Carlos I fue decapitado, el testigo Philip Henry describió que un gemido colectivo, “como nunca antes había oído y desearía no volver a oír”, recorrió la multitud. La escena horrorizó a todos. Hablar de ejecutar a un rey era una cosa; presenciarlo, otra muy distinta.

Algo similar ocurrió en la ejecución de Ana Bolena. Al inclinarse ella para recibir el golpe final, todos los presentes cayeron de rodillas al mismo tiempo, en un gesto tan espontáneo como sobrecogedor.

En su caso, la cabeza no fue alzada para mostrarla al público: fue cubierta con un paño y llevada por sus damas junto al cuerpo.

Con Carlos I sí se alzó la cabeza, aunque no se pronunció la tradicional frase “¡He aquí la cabeza de un traidor!”, quizás para proteger la identidad del verdugo.

Al día siguiente, la cabeza fue cosida al cuerpo, el rey embalsamado y depositado en un ataúd de plomo. Fue enterrado en la cripta de Enrique VIII en la capilla de San Jorge, en Windsor, junto a Enrique y Jane Seymour.

El ataúd de Carlos ocupa el extremo izquierdo; el de Enrique, el centro; y el de Jane, el extremo derecho. Sobre el ataúd de Carlos reposa un pequeño féretro: el de un niño nacido muerto de la princesa Jorge de Dinamarca, futura reina Ana. (Tomado de Datos Históricos)

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