
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Luis Alberto Ramírez ()
El 5 de agosto de 2025, el diario The New York Times publicó una fotografía hasta ahora desconocida: el difunto dictador cubano Fidel Castro aparece junto al también fallecido delincuente sexual y magnate estadounidense Jeffrey Epstein. Está acompañado de otras figuras públicas.
La imagen ha causado revuelo en redes y medios, despertando especulaciones sobre una posible relación entre ambos personajes oscuros. Pero lo cierto es que esa foto, como tantas otras, dice mucho menos que la realidad.
Porque posar en una fotografía con Epstein no implica, por sí solo, culpabilidad alguna. Epstein se tomó imágenes con figuras de todos los niveles, desde científicos hasta presidentes, y muchas veces eran simplemente selfis improvisadas.
El verdadero problema no es la imagen. Es lo que se intenta ocultar detrás de ella: la normalización del culto a la personalidad de Castro. También el encubrimiento de sus excesos como tirano absoluto de una isla convertida en su feudo privado.
A diferencia de Epstein, que operaba en las sombras y terminó expuesto por una prensa libre, Fidel Castro lo hacía todo a plena luz del día. Estaba protegido por un aparato propagandístico todopoderoso y una prensa completamente sometida a sus designios.
Epstein podía comprar silencio con dinero; Castro imponía silencio con represión.
Durante décadas, el pueblo cubano hacía colas eternas para conseguir un pedazo de pan o una pastilla de jabón. Mientras tanto, el Comandante en Jefe vivía rodeado de lujos obscenos. Tenía cotos de caza exclusivos y fincas privadas repartidas por toda Cuba. Además, tenía residencias en cada provincia, yates de recreo y empleados cuya única función era ahuyentar peces para facilitarle la pesca. También espantaban aves para que su caza fuera más efectiva.
Sus desayunos incluían frutas selectas, leche de búfalo y pan francés recién horneado. Sus almuerzos y cenas se acompañaban de vinos europeos que costaban cientos de dólares la botella. No faltaba la langosta ni los mariscos frescos que el cubano de a pie no veía ni en fotos.
¿Y las mujeres? Tampoco le faltaban. No necesitaba un intermediario como Epstein. No tenía que pagar favores ni mover influencias en la alta sociedad. Él era la ley, el poder, el macho alfa de una nación sometida. Se ha hablado en más de una ocasión de cómo jovencitas eran seleccionadas y «recomendadas» para complacer al Comandante. Todo esto sucedía bajo el velo del secreto de Estado. En una dictadura sin prensa libre, sin justicia independiente ni instituciones transparentes, la impunidad es total.
Así que no me vengan con una imagen de Fidel Castro junto a Epstein y Andrés Pastrana como si fuera una bomba mediática. A Fidel Castro no le hacía falta un proxeneta. Él era el proxeneta. No solo manejó a su antojo los cuerpos, la vida y la dignidad de miles de cubanos durante más de cinco décadas. También lo hizo con la complicidad de un aparato que aún hoy trata de lavar su imagen.
Lo que sí debería estremecernos no es una fotografía suelta. Es su capacidad para convertir una isla entera en su propiedad personal. Todo mientras se vendía al mundo como un defensor de los pobres. Esa es la verdadera obscenidad que aún muchos prefieren no ver.