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Otro payaso en escena: Israel Rojas y su giro inesperado hacia la paz y el diálogo

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Por Jorge Menéndez ()

Cabrils.-´En una entrevista con La Joven Cuba, medio tildado de subversivo, contrarrevolucionario e imperial —según los manuales del régimen cubano—, el trovador Israel Rojas se lanzó a hablar de reconciliación, de diálogo, e incluso de liberar presos del 11J. Sí, ese mismo Israel que ha sido vocero y altavoz de cuanto mitin oficialista se le ha puesto por delante. ¿Cambio de corazón? ¿O libreto redactado en el sótano del G2?

Hay quienes sospechan que esto no es más que un montaje bien afinado: una táctica del aparato de inteligencia para desacreditar medios incómodos y engatusar a los incautos con promesas de apertura. Porque claro, cuando quien ha defendido la línea dura se convierte en apóstol de la tolerancia, algo no huele bien. Las fichas no cuadran. Y cuando el ilusionista cambia de sombrero, conviene mirar bajo la manga.

Tras la función de Rojas, entra en escena el españolito Carlos González Penalva. Comunista confeso, bolchevique de salón, defensor de la revolución desde la comodidad de la sanidad pública española —esa sin apagones ni cartilla de racionamiento. Se autoproclama programador y gestor de medios, aunque parece más conocido por su árbol genealógico que por sus logros en el gremio. En Cubadebate, su púlpito oficial, toma aire y lanza su homilía: línea dura, cero diálogo y crítica frontal al medio que se atrevió a publicar la entrevista.

Los disfrazados

Penalva, ese viejo zorro con medallas ideológicas autoadhesivas, nos recuerda cada año que Cuba no está sola en la ONU frente al “bloqueo”. Un campeón del antifaz ideológico: comunista de clima templado, defensor de trincheras ajenas.

Mientras tanto, Rojas se disfraza de pacificador. Nos habla de tolerancia desde la tarima que tantas veces sirvió para agitar el puño. Curioso, considerando que sus conciertos han sido cancelados por las autoridades españolas más de una vez, no por el contenido musical, sino por las agitaciones políticas que arrastra.

Y Penalva, con gesto adusto y verbo rancio, nos recuerda que en política no hay diálogo inocente si el guión lo escribe el adversario. Ahí está: el PCC en versión fósil, aferrado a la épica bolivariana y a la retórica de guerra eterna. No hay liderazgo sin enemigo, no hay batalla sin masa arengada. Lo demás, puro teatro.

Al final, todo parece una escena reciclada de la telenovela de Sielinskii: Sirvo a mi pueblo. Aunque algunos espectadores ya empiezan a preguntarse si los actores no están repitiendo los diálogos demasiado seguidos.

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