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Por Sergio Barbán Cardero ()
Miami.- Ante el temor creciente de que El Salvador pueda estar caminando hacia una dictadura, algunos defensores del régimen cubano han aprovechado la ocasión no para alertar sobre los peligros del autoritarismo, sino para burlarse, con descaro y cinismo.
Su intención es clara; justificar la dictadura cubana señalando que “otras también existen”. Pero esa comparación no solo es superficial, sino profundamente hipócrita.
Si van a mirarse en el espejo de Bukele, entonces háganlo completo. Conviertan a Cuba en un país próspero, seguro, con reducción del crimen, crecimiento económico, economía de mercado, pluripartidismo y respuestas prácticas a los problemas del ciudadano común.
Porque el problema no es simplemente si hay o no una dictadura, sino qué se hace con el poder que se concentra.
No se trata de defender autoritarismos. Todo régimen que limita libertades y silencia la disidencia es moralmente cuestionable. Pero hay una diferencia crucial: hay dictaduras que, con todos sus defectos, ofrecen resultados tangibles, y otras que solo generan ruina, miedo y éxodo.
Bukele, Pinochet, China o Vietnam son ejemplos muy distintos entre sí, pero todos han mostrado en distintos grados y formas, avances económicos, modernización o reducción de pobreza.
Pinochet, por ejemplo, impuso una dictadura brutal, sí, pero también sacó a Chile del abismo político y económico.
No se trata de aplaudir su represión, sino de no caer en la hipocresía selectiva. Mientras unos usan el poder absoluto para levantar a sus países, otros lo usan para hundirlos.
¿Qué ha hecho el régimen cubano en más de seis décadas con todo el poder en sus manos? ¿Seguridad?¿Prosperidad? ¿Libertades? Nada de eso. Solo represión, pobreza crónica y millones de cubanos huyendo.
Yo no soy partidario de ninguna dictadura, ni de izquierda ni de derecha. El autoritarismo, tarde o temprano, pasa factura. Pero tampoco me voy a tragar la narrativa manipuladora de quienes, al ver caer otros regímenes democráticos, se frotan las manos para justificar el suyo, como si el fracaso ajeno redimiera sus propias culpas.
Comparar dictaduras para excusar la propia es un ejercicio cínico. Lo que hunde a un país no es solo la falta de democracia, sino la incompetencia, la represión sistemática y la destrucción del tejido económico y social. Y en eso, la dictadura cubana no tiene comparación. Es un modelo perfecto de cómo no debe gobernarse jamás.