
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por René Fidel González ()
Santiago de Cuba.- Mamá murió hará pronto cuatro años, murió con hambre, pasando hambre, a mi no me da vergüenza decirlo, me da vergüenza saberlo. En Cuba no es un destino extraordinario. Se vive y se muere así.
Mi hija no conoce, ni tendrá que conocer nunca, al mediocre oficial de la Seguridad del Estado que solicitó y tramitó en solemne ejercicio de la ridiculez, la prohibición de que su padre no pueda salir del país nunca más; ella sueña con visitar museos, conocer pinturas y pintores del mundo entero y no sabe reconocer aún la impotencia de un Gobierno. Eso no.
Dice que no dejaría nunca atrás a su papito pero a su corta edad conoce, además de algunos de sus derechos y libertades, algo muy importante: no fue un hombre malo el que hizo esto, fueron los hombres que gobiernan Cuba. Lo sabe ya. No lo va a olvidar.
Ser hijo de una maestra no es precisamente igual que ser hijo de una carcelera. Se reciben legados diferentes, se trasmiten, también, legados diferentes.
Lo que trasiegan los legados de persona a persona, de generación a generación, es siempre la forma anticipada de la victoria o de la derrota.
Un día, sobre eso que ustedes llaman poder, estará el legado que nos habrán dejado todas las versiones de vuestro odio hacia nosotros, hacia lo que pensábamos y soñábamos para Cuba. Parecen infinitas pero tan solo son tristes, inútiles.
A través de los tiempos, ese legado será nuestra memoria, las razones de nuestro poderoso y sereno, nunca más. Ya lo sabemos.