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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- El truco es viejo, pero ellos insisten: de pronto, como por arte de magia revolucionaria, en Ciego de Ávila apareció una tablilla con precios que ni en los sueños húmedos de un economista del PCC.
Pollo barato, arroz casi regalado, huevos casi gratis. Justo para el aniversario del Moncada. Qué casualidad tan descarada, tan burda, tan cubana.
Mientras, en el resto del país, la gente revuelve los basureros o vende la ropa para comprar un pedazo de cerdo que parece oro en polvo. Pero en Ciego, oh, en Ciego hubo milagro. Breve, falso y patético, pero milagro al fin.
Canel y Marrero llegaron al agro como dos actores de telenovela barata: el presidente distraído, el primer ministro haciendo de comparsa. Todo vacío, todo ordenado, todo mentira. Ni un cliente normal, ni una señora gritando «¡qué caro está todo!», ni un tipo mirando con desesperación los precios y guardando el dinero. Nada.
Solo funcionarios bien peinados, periodistas obedientes y la seguridad del Estado vigilando que nadie arruine el chiste. Y ahí está Canel, posando como si no supiera que le toman la foto, como si fuera casualidad. ¿En serio? ¿Tan idiotas nos creen?
Lo peor no es la farsa, sino el descaro con que la montan. Ya ni se esfuerzan en que parezca creíble. Es como si dijeran: «Sí, esto es un montaje, ¿y qué?» Porque total, ¿quién los va a parar? ¿La prensa libre? ¿El pueblo hambriento? ¿Los mismos que hacen colas bajo el sol para llevarse un pedazo de queso que parece más un premio de consolación que comida?
No. Ellos siguen ahí, repitiendo el mismo guión desde hace décadas, como si la gente no supiera que todo es humo, teatro, miseria disfrazada de logro.
Y luego está el detalle cómico: los productos de la tablilla mágica no se podían comprar. Claro que no. Eran como esos manjares que Tántalo veía pero no podía alcanzar.
«¿Pollo barato? Ah, no, eso se acabó. Vuelva mañana.» ¿A qué cerebro privilegiado se le ocurre que esto convence a alguien? ¿Qué cubano no sabe que si ve comida barata y abundante es porque hay una cámara cerca o un aniversario que celebrar?
Es el equivalente a poner un plato de plástico delante de un mendigo y decirle: «Mira, qué bien comes.»
Canel, das pena. Das tanta pena que hasta da rabia. Porque ya ni siquiera finges con convicción. Lo haces como el niño que copia en el examen y todos lo ven, pero él sigue, torpe, obstinado, como si el acto en sí bastara para que la mentira se vuelva verdad.
No, señor presidente. La gente no come fotos, no se llena con discursos, no vive de aniversarios. La gente quiere comida de verdad, no tu puesta en escena de cuarta categoría.
Al final, la tablilla desapareció, los precios volvieron a lo imposible y Ciego de Ávila regresó a la realidad. Pero quedó el registro, la prueba de que estos tipos siguen creyendo que con un poco de teatro arreglan todo.
Lo triste es que ya ni siquiera actúan para convencer, sino por puro ritual, por inercia, porque no saben hacer otra cosa. Y lo más cruel es que, mientras ellos juegan a la tiendita, Cuba se sigue vaciando, la gente se sigue yendo y el hambre sigue ahí, callada, paciente, esperando a que la magia de verdad ocurra.
Aunque no ocurrirá. Porque la única magia que conocen es la de desaparecer lo que el pueblo necesita y aparecerlo solo cuando conviene. Y eso no es magia, es miseria.