Por Jorge Fernández Era (Facebook)
Caricatura: Wilmar Verdecia
La Habana.- A propósito del Campeonato Mundial de Atletismo, recordé en estos días lo mucho que practiqué ese deporte desde que un profesor de Educación Física me dijo en la primaria, tras ganar mi equipo una competencia de relevos, que tenía talento para la velocidad, el salto largo y las carreras con obstáculos, pero que debía preocuparme más por elevar mi masa muscular. En lo adelante, mi masa muscular se mantuvo no muy alejada de la ósea, pero mi entusiasmo por correr y saltar hizo que perteneciera al equipo de atletismo de la Lenin, participara en alguna que otra competencia y obtuviera algún que otro último lugar.
En la universidad, mi recorrido atlético fue largo: estuve durante once años en tres carreras diferentes. En Arquitectura obtuve una vez un cuarto lugar en los 60 metros planos, con «fotofinish» y todo, en los Juegos Interfacultades.
Leo «Neófita» y no recuerdo en qué desamor me inspiré para escribirlo. Quizás en alguien que no creyó en mis condiciones para saltar y vencer obstáculos.
NEÓFITA
―¡Voy contigo!
Las dos palabras, en otro contexto, invitarían al entusiasmo por la seguridad de sentirse en compañía. Pero él y su mujer atravesaban un mal momento, uno de los tantos malos momentos que ya se habían hecho comunes en los últimos siete años. Hace ocho, cuando la desposó, salir con ella tomados de la mano despertaba la envidia de los amigos. Su esposa, con el tiempo, se acostumbró a quedar en casa leyendo novelitas que alquila a una vecina al módico precio de cinco pesos el ejemplar. Si las leyera a la misma velocidad con que asimila lo necesario para que el ser humano sea medianamente culto, su inversión folletinesca fuera una ganga, mas tiene que gastar un quinto del salario en función de su avidez por historias en las que el muchacho y la muchacha llevan ocho años de matrimonio y conservan invariable el deseo de salir juntos.
Se conocieron en una movilización agrícola en los cafetales del Escambray, movilización que se hizo inolvidable para todos los que estuvieron allí por una compañera que les (im)pusieron como guía de campo. La susodicha se quejaba de la no existencia de un televisor en tres leguas a la redonda del humilde bohío donde vivía con sus padres. No tuvo infancia la pobre, ni hermanos o amiguitos que jugaran con ella. Era bruta, tosca e incivilizada. Su único atributo eran unos glúteos redondos y firmes. Y todo el mundo supo después que a él le gustan los glúteos redondos y firmes.
Partió con su esposo hacia la capital esperanzada de que algún día le compraría un televisor, y aunque se dio cuenta, ya aquí, de que la tupió, no quiso regresar a su terruño porque… estaba ya aquí.
El ¡voy contigo! lo expresó como último recurso para salvar de un seguro naufragio la relación. En realidad dijo: «¡Boy contigo!», pero era tierna la proposición y accedió a que lo acompañara a disfrutar del Campeonato Nacional de Atletismo
―Pipo: ¿por qué eso se llama jabalina?
―Así se le dice a la hembra del jabalí. Parece tradición en el reino animal que los machos quieran mandar a su pareja lo más lejos posible.
―¿Y no es peligroso?
―¿El jabalí? Si se le molesta como a mí, sí.
―No te pregunto por el animal. Hablo de tirar la jabalina.
―Para el que la tira no, salvo que se la clave en la nuca al momento del lanzamiento. Pero nunca ha ocurrido, porque no es modalidad de fácil práctica en las montañas del Escambray.
―¡Pipo, mira, aquel hombre sí es inteligente. Pasó por donde es más fácil: por debajo de la vara!
―No, mi cielo. Ese atleta, sencillamente, se contuvo en el último segundo y fue directo al colchón. La lógica del salto alto es cruzar la varilla por arriba, a más altura mejor.
―¿Y por qué no usan otra vara, como los que vimos hace un rato?
―Esta es otra competencia. Aquella era salto con pértiga.
―¿Y por qué se llama pértiga?
―Debe existir algún animal que se nombre pértigo.
―Pipo: ¿por qué aquellos hombres están cada uno en un camino?
―Camino no: carrilera.
―Por eso lo de «carrilera de los cien metros».
―Por eso. Uno en cada carrilera, porque así lo dice el reglamento.
―Pero en la carrilera que había cuando llegamos, eran unos cuantos y corrían como quiera.
―Era una carrera de fondo.
―¿Por qué de fondo?
―Porque… En el fondo no entenderías.
―¡Pipo: ¿qué va a hacer aquel señor con la pistola?!
―Es el juez que da la voz de salida.
―Yo siempre he oído que los jueces están para evitar problemas, no para crearlos.
―El disparo es al aire y no a las gradas como yo quisiera.
―En mi trabajo, para dar la salida, no utilizan pistolas.
―Si aquí la dieran como en tu trabajo, los corredores partirían tres horas antes de anunciada la competencia.
Concluyo el cuento para que no sufran lo que él. Lo citado es solo un fragmento de lo acontecido en un campeonato en el que su mujer fue la única recordista. Y todo sucedió con un deporte que, por sencillo, no necesita de traductores o intérpretes.
Epílogo (de la excursión atlética y del matrimonio):
Cuando se sumaban a la multitud que pugnaba salir por una de las puertas de la instalación deportiva, ella abrió la boca otra vez:
―Pipo: ¿vas a llevarme mañana al juego de béisbol?
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