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Por Luis Alberto Ramirez.
La infiltración de agentes de la Seguridad del Estado en las instituciones fraternales cubanas, así como en toda estructura social, política, cultural o de derechos humanos, es una práctica sistemática. Esta táctica del régimen de La Habana responde a la lógica del control totalitario.
Asombrarse de que el gobierno intente colocar un Gran Maestro afín a sus intereses en la masonería cubana es desconocer el funcionamiento histórico del castrismo. Por extensión, también se desconoce el funcionamiento de todos los regímenes totalitarios.
Desde los inicios del poder revolucionario, el Estado cubano no ha tolerado espacios autónomos. No solo se infiltra en partidos políticos opositores, sino también en iglesias, círculos artísticos, colectivos estudiantiles y ONGs. También se infiltran en asociaciones de barrio y, sí, también en logias masónicas, que representan una de las pocas redes organizadas con cierta tradición de pensamiento libre en la isla.
La táctica es sencilla pero eficaz: insertar agentes o colaboradores en los círculos de poder interno de cada organización para disuadir, vigilar, manipular y, si es necesario, destruir desde adentro.
Esto no es exclusivo del castrismo. Stalin lo hizo con las iglesias ortodoxas. Hitler lo hizo con sindicatos y agrupaciones culturales. Además, los regímenes comunistas de Europa del Este lo replicaron con precisión quirúrgica.
Por tanto, la ingenuidad de creer que la masonería en Cuba, una institución históricamente ligada al pensamiento progresista y a la lucha por la libertad, estaría exenta de esta penetración es comparable a pensar que en un panal de abejas no hay una reina. El control vertical es parte inherente del sistema.
El régimen no permite espacios neutros. Donde hay ideas, busca imponer dogmas; donde hay diálogo, impone consignas; y donde hay libertad, siembra el miedo.
En las asociaciones fraternales cubanas hay más topos que miembros. Esto incluye la masonería, Oddfelismo y Caballeros de la Luz, además de la Iglesia y el sincretismo nacional mucho más.
Así, lo realmente alarmante no es que el gobierno cubano haya querido imponer su Gran Maestro masónico. Lo alarmante es que aún haya quien se sorprenda.