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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Miguel Díaz-Canel, el hombre que viaja más que un influencer con patrocinios dudosos, vuelve a empacar su maleta. Esta vez, destino: Brasil, para la Cumbre de los BRICS.
Allí está, entre países que al menos tienen economías que no dependen de un chiste malo y remesas, intentando colarse en la foto como si Cuba fuese algo más que el último país comunista del hemisferio que nadie sabe cómo sigue en pie.
El mandatario cubano, experto en acumular millas aéreas y promesas incumplidas, viene de dos viajes en los dos últimos meses: Rusia y Bielorrusia. En ambos casos acompañado por una comitiva numerosa. La de Rusia con cerca de 200 personas.
Resultados concretos: algunos abrazos, fotos con Putin (que tampoco está para fiestas) y contratos que suenan a papel mojado. Porque, seamos honestos, ¿quién le presta dinero a un gobierno que debe hasta el aire que respira y cuya principal exportación es la nostalgia revolucionaria?
Díaz-Canel va a los BRICS como quien va a una fiesta sin invitación, esperando que alguien le ofrezca un plato de inversiones. Pero los empresarios no son tontos: saben que en Cuba lo único garantizado es que el régimen sobrevivirá a cualquier crisis, aunque sea a costa de que los cubanos coman sueños y beban discursos.
Mientras el presidente cubano pasee por Río, en la isla siguen los apagones, la escasez y el éxodo masivo. Pero qué importa, si lo importante es la foto, el protocolo, la ilusión de que Cuba todavía es un actor relevante en el mundo, y no un museo de ideas fracasadas con playas bonitas.
Eso sí, la no primera dama aprovechará para visitar alguna boutique famosa. Para escaparse al Cerro del Corcovado a hacerse alguna. Eso le gusta a La Machi. Y todos lo sabemos.
Así que, señor Díaz-Canel, disfrute del viaje, de la caipirinha y del paisaje. Al fin y al cabo, cuando vuelva, la realidad lo estará esperando con la misma sonrisa amarga de siempre. Y eso, ni los BRICS ni nadie podrán cambiarlo.