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Por Datos Históricos
La Habana.- Entre las sombras suaves del siglo XIX, una fotografía nos observa desde el tiempo. Un hombre de imponente presencia, acompañado quizás por sus hijos o familiares, posa con una barba que parece haber florecido con los años. No sabemos su nombre. No sabemos su historia. Pero su imagen ha sobrevivido más de un siglo.
Durante la era victoriana, cuando la fotografía comenzaba a retratar no solo rostros, sino rarezas, no era extraño inmortalizar lo extraordinario: mujeres con melenas hasta los tobillos, hombres altísimos, niños prodigio. Y barbas, muchas barbas. No por descuido, sino por honor.
Tener una barba larga era símbolo de sabiduría, virilidad e incluso estatus. Se celebraban concursos, se escribían poemas, se tejían mitos en torno a ellas. Tal vez este hombre fue un campeón de barbas, o tal vez solo un padre orgulloso de su linaje. Tal vez su imagen no pretendía impresionar a nadie… solo conservar lo que el tiempo se llevaría.
Hoy, su fotografía nos mira desde el silencio. Y aunque no sepamos quién fue, algo en su postura, en su barba interminable y en la dignidad de ese retrato, nos invita a imaginarlo. A construir una historia. Porque al final, eso es lo que hacen las buenas fotografías: nos obligan a recordar incluso lo que nunca vivimos.