
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Fernando Martín Verde
La Habana.- Este domingo, 16 de junio, los padres cubanos no recibirán ni corbatas, ni relojes, ni un desayuno con jugo natural. Recibirán, en cambio, lo de siempre: un apagón sorpresa, una fila eterna, una comida recalentada en fogón de carbón y, si tienen suerte, un abrazo a la luz de un candil o la sonrisa forzada de un nieto que no entiende por qué su papá no quiere celebrar nada.
En Cuba, el Día del Padre es una fecha marcada por la ironía. Mientras la propaganda oficial colma las redes de mensajes sobre amor, entrega y ejemplo, la realidad se impone con la fuerza de una cachetada: ¿qué puede celebrar un hombre que debe escoger entre comprar huevos o un litro de aceite? ¿Qué homenaje merece un padre que no puede comunicarse con sus hijos porque el internet cuesta lo que no tiene?
El régimen, para no perder la costumbre, lanzó una promoción de Etecsa que roza el insulto: una recarga internacional con internet “ilimitado” solo de madrugada y a 66 dólares, pagados desde el extranjero. ¿Y los que no tienen familia fuera? Que se jodan. Que disfruten su domingo desconectados, sin WhatsApp, sin Zoom, sin la videollamada que los haría sonreír.
A esto se suma el alza imparable de los precios. En lo que va de mes, la inflación en productos básicos ha alcanzado niveles de burla: el cartón de huevos sobrepasa los 3 000 pesos y un simple pomo de champú puede costar lo que un sueldo entero. Regalar algo se convierte en una quimera. Ni hablar de salir a cenar o invitar a un parque acuático que no tiene agua desde marzo.
Para colmo, muchos padres recibirán este día sin electricidad. La Unión Eléctrica ya anunció afectaciones por déficit de generación para este fin de semana. Los padres, como siempre, se adaptarán: moverán las sillas al portal, harán cuentos viejos, encenderán un radio a pilas. Y pensarán que, al menos, todavía están vivos.
Pero la pregunta que late en todas las casas es una sola: ¿hasta cuándo?
Porque detrás de cada padre cubano hay un hombre frustrado, lleno de talento desperdiciado, de años invertidos en una revolución que le prometió dignidad y le devolvió miseria. Muchos de esos hombres hoy no saben cómo explicarles a sus hijos por qué ya no hay leche, por qué el uniforme escolar no alcanza, por qué la madre se fue y no volvió más.
Este domingo, el homenaje más justo para los padres cubanos no es una postal ni un poema. Es un grito de auxilio. Un llamado urgente a desmontar un sistema que ha destruido la familia desde sus raíces, que ha convertido el amor en resistencia y la paternidad en un acto de sacrificio cotidiano.
Si alguien quiere felicitar a los padres cubanos, que lo haga con una vela en la mano, mirando directo a sus ojos. Porque en este país, ser padre no es un rol: es una hazaña.