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Por Oscar Durán
La Habana.- Las cosas como son. Cuando Etecsa anunció su tarifazo, Miguel Díaz-Canel andaba comiendo basura por Holguín. El país entero preocupado por una mala decisión, y el presidente elegido por Raúl Castro «arreglando» Cuba desde la miseria y el «obstáculo» del bloqueo.
Tres días después, decidió abrir la boca para que le salieran palabras, no verdades. En X se mostró preocupado por los precios de la única compañía del país, como si Etecsa fuera un poder independiente de esta macabra dictadura y él fuera un afectado más.
Si hay una institución que se ha especializado en el arte de estafar con elegancia revolucionaria, esa es la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba S.A., el emporio de la desconexión digital y los precios fuera de órbita. Esta empresa estatal -que bien pudiéramos sustituir la palabra Etecsa por Castrismo- tiene la tarifa más cara del hemisferio por un servicio de internet que da más pena que señal. Cualquiera pensaría que conectarse desde La Habana hasta Google pasa primero por Marte. Y esto, señores, no es culpa del bloqueo, esto es culpa del castrismo.
Entonces, ¿qué moral tiene Díaz-Canel para hablar de precios especulativos, si el monstruo que más succiona el bolsillo del cubano está bajo su paraguas? Es como si el bombero incendiario viniera a quejarse del calor. En lugar de tomar medidas reales, de exigirle a Etecsa que actúe con sentido común y no con sed de recaudación, el gobierno prefiere culpar al “bloqueo” por la lentitud del 4G y por cada megabyte convertido en lujo.
Pero hay que ser justos. No solo es Canel. Es todo un aparato que vive de culpas ajenas y discursos huecos. Ellos siguen viajando en aviones prestados, se conectan en redes de fibra exclusivas y tienen minutos ilimitados para hablar por teléfono y decir nada. Mientras tanto, la madre soltera de Centro Habana tiene que decidir entre comprar un paquete de datos o una bolsa de leche en el mercado informal.
Etecsa sube los precios y el pueblo baja la cabeza. Y el presidente que debería ser la voz del pueblo, se vuelve eco de una política sorda. Es esa misma contradicción que nos ha traído hasta aquí: un país sin pan, sin red, sin rumbo.
El pueblo no quiere más reuniones. No quiere más frases prefabricadas. Quiere coherencia, quiere justicia. Y sobre todo, quiere dejar de ser estafado por el mismo Estado que lo obliga a vivir en modo avión, aunque pague por un paquete de navegación nacional.