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Por Irán Capote ()
Pinar del Río.- Viajé hasta El Jíbaro para pasar el día con mi familia. Venía lleno de expectativas. Es temporada de mangos y ciruelas. Pensé que sería uno de esos días felices en familia. Pensé que sería uno de esos días en los que nos ponemos al día y nos reímos un poco. Imaginé que sería uno de esos días en los que mi hermano cocina una cangrejada con ají picante…
Pero no lo fue.
Ya vamos a sumar en este rincón de la provincia 24 horas sin corriente. Y digo “vamos”, porque me he pasado todo el día aquí, sin poder recargar la motorina que me llevaría de regreso a la ciudad.
Feliz por un lado, porque aunque no venía preparado para pasar la noche aquí, puedo estar con mi familia.
Pero muy triste por el otro. Muy triste por ver el desgaste de todos en el barrio, con sus refrigeradores apagados, con sus comidas echadas a perder, sin suministros, cocinando con leña y en un silencio terrible. Con este calor de todos los demonios.
Yo, que soy “privilegiado” porque en la ciudad estoy en un bloque programado donde “tocan” cuatro horas de corriente y cuatro de apagón.
Mi madre atiza carbón con pedazos de tea para colarme el café. Mi hermano me dice que hará algo rico en la leña, pero que habrá agua fría. Mis vecinos me preguntan todo el tiempo: “Niño… ¿Y cómo es allá en la ciudad?” Y yo les respondo viéndoles sudar a chorros mientras se espantan los mosquitos: “Un poco mejor, pero la misma mierda, la misma porquería, la misma desilusión, el mismo desamparo gubernamental, la misma mierda”.
Y me abren los ojos.
Le doy vueltas y vueltas al casete mientras sigo sumando horas de oscuridad. Mientras observo a los niños y a los viejos de este poblado que me vio nacer. Y me pregunto qué puedo hacer para ayudarles.
¿Qué puedo hacer yo? Quién puede hacer algo? Me desespero, ni siquiera puedo huir a mis bloque programado porque la moto se quedó sin carga. Ellos dicen que han vivido apagones de más de 36 horas y que ya no guardan comida en los refrigeradores.
Ellos dicen que es difícil creer que algo va a mejorar mientras en la pasarela presidencial, en la visitas fugaces “helicoptereanas”, se da un mensaje de aliento, se da un mensaje de una engañosa positividad: “Vamos a salir de esta trabajando”… Y toman el vuelo a Moscú vestidos con Gucci, perfumados con Chanel. Y la prensa replica. Y la ley reprime a quien se oponga, a quien se queje. Y la prensa replica. Y toman el vuelo hasta Roma vestidos con Gucci, perfumados con Chanel.
Pero nunca toman el vuelo hasta mi barrio, nunca acampan en patios como el de mi madre. Nunca se espantan los mosquitos, nunca botan la carne que se les ha podrido en el refrigerador.