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Por Ulises Toirac ()

La Habana.- Ella se recogió el pelo dejando expuesto el fino vello de la nuca. Con gracia femenina, no exenta de habilidad, se anudó un moño en lo alto de la cabeza. La propuesta de conversar en el muro del malecón habanero después de tomar helado en Coppelia le parecía deliciosa. Un sitio que le encantaba. La entrada de la bahía habanera, silueteada por la larga serpentina de hormigón a la que iban a parar todos, pero en especial las parejas de enamorados, era para ella un sitio agradable.

Papolo sin embargo tenía la cabeza en modo torbellino, las ideas pasaban raudas y desconcertantes, sin poder atrapar una. El nerviosismo es cosa seria y cuando viene de la mano de la pasión, es cosa seria.

Era por definición un tipo de mala suerte. De esos que si cae un alfiler del cosmos en el planeta Tierra, termina encajandósele en la mollera. Historias tenía para hacer un libro. De humor además, porque de insólitas e intrascendentes, se pasaban. Por solo poner un ejemplo, cierto día estuvo esperando una hora y tantos en la parada de inicio de regreso de la ruta 37 en Línea. Le pareció sospechoso que estuviera solo pero ese día Papolo se sentía afortunado. Al cabo de ese tiempo, vino un joven de la parada (que habían cambiado a media cuadra de distancia) a decirle que la cola era allá.

Su caso con el examen final de Matemáticas de 12 grado fue sonado. Estaba en todas las actas de ese día, tenía testigos, hasta la maestra que cuidó no negaba que Papolo hiciera su examen… pero… el examen no aparecía. La maestra tenía más títulos que hormigas tiene una gota de miel en el piso y era respetadísima. No aparecía y punto. Magia. Conclusión: Papolo es el único estudiante de la historia de la Educación en Cuba que aprobó la Matemática dos veces en doce. Era inteligente, eso sí.

Pues que Papolo y Mónica cruzaron la ancha avenida. La mar en calma. El atardecer, de compinche ambiental, hacía a la ciudad lucir una gama de colores espectaculares. Ni Hollywood con IA. Y el pecho de Papolo a más no poder. Deseando no tener que pasar el trance, la frase y su respuesta. Ni siquiera su cabeza era capaz de capturar una maldita manera gramatical.

Se sentaron. Ella arrebolada y sonriente, sabiendo. El dejando una huella húmeda con las palmas de las manos.

─¡Qué bello todo! Impresionante ─dijo ella para darle confianza.

Y de repente. La única ola que había en todo el Caribe resonó primero en el rompiente del arrecife. Se levantó majestuosa y potente. Y la masa de agua les cayó encima sin darles tiempo siquiera a identificar el insospechado sonido.

Y se miraron, ella riendo con toda su belleza empapada y mi socio Papolo ofreciendo la más descojonada de sus versiones para enamorar.

─¡Yo lo sabía! ¡Yo lo sabía! ─repetía una y otra vez

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