Por Yoandy Izquierdo Toledo ()
PInar del Río.- Hace varios días, a la par que felicitaciones por haber defendido mi tesis doctoral, he recibido también algunas preguntas que me han motivado a escribir estas líneas. Sé que cuesta mucho entender la opción de vivir en Cuba, pero es, como todas las demás, una opción respetable.
La primera de las preguntas ha sido: ¿para qué sirve todo esto en un país como Cuba? Debo decir que, primeramente, el ejercicio de estudiar, la sistematicidad que exige cualquier proyecto académico, el desarrollo de una investigación teórica o de campo son, en sí mismas, riquezas de las que se nutre de forma positiva quien dedica varios años a investigar un tema que le es afín o considera relevante. Eso por un lado; por otro, creer que estudiar, prepararse aún en condiciones adversas y empeñarse en encontrar sentido a nuestra existencia aquí y ahora, es en vano, resulta, cuando menos, creer más en el sistema que “ellos”.
Cada vez que escucho esos argumentos me viene a la mente que son el pesimismo, la falta de confianza (a veces entendible por el desánimo y la tozuda realidad) y el demeritado valor que se le ha venido dando a los conocimientos, las causas principales que impiden darle sentido a pequeños o grandes pasos. El valor y sentido de nuestros actos comienza en ser dado por nosotros mismos. Otra cosa diferente es la relevancia y la trascendencia. Sin ánimo de comparación, porque sería demasiado pretencioso; pero sí a modo de ejemplo hablando de “para qué sirve”, es decir, hablando de la utilidad de algo, podemos poner algunos ejemplos:
Cuando Félix Varela escribía “Cartas a Elpidio” sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo, no lo hizo dudando de su utilidad (para evitar estos males que podían afectar a toda persona), sino seguro de que lo hacía para servir a la Patria y al futuro de sus hijos. Ni siquiera importó que no pudiera salir el último tomo por falta de aceptación; sin embargo, hoy podemos considerar esta obra suya como el primer tratado de bioética en Cuba.
Cuando Ignacio Agramonte realizó su tesis de grado en Derecho y pronunció su discurso ante las autoridades académicas en la Universidad de La Habana, no lo hizo pensando en su repercusión que hasta día de hoy se estudia por su oratoria y su vigencia, lo hizo consciente de su momento histórico, más allá de que muchos igualmente pudieron dudar de su utilidad en una Isla gobernada por el imperio español.
Cuando Martí acometió todas las empresas en las que fue protagonista, La Edad de Oro y el periódico Patria, por solo poner dos ejemplos, no pensó únicamente en el número de suscriptores ni de lectores (que por cierto no eran muchos, como tampoco fueron las ediciones de estas dos publicaciones). Creyó más en la eficacia de la semilla, en el valor que podía tener, desde lo pequeño, en el pensamiento y la conciencia de quienes llegaran a leer sus páginas.
La historia de los pueblos se construye del esfuerzo diario a pequeña escala y no necesariamente de las grandes hazañas.
Junto al “para qué sirve en Cuba”, también me han formulado la reiterada pregunta de ¿cómo aplicar la propuesta de educación bioética en Cuba? Sin duda es un gran desafío, sobre todo porque partimos de una deficiencia de una formación en sentido más general y me refiero a la educación ética y cívica, a la educación ciudadana. Y porque también Cuba podría caer en el reductivismo que ha acompañado a la bioética desde su surgimiento, en el sentido de medicalizarlo todo o acogerse a principios sesgados o encasillados como doctrina, sin flexibilización ni aplicación caso a caso. Pero el hecho de que sea un reto no niega la necesidad, y aunque hablar de verdad, justicia, dignidad, libertad y responsabilidad sigan siendo temas problemáticos en Cuba, debemos dejar de verlos, nosotros mismos los ciudadanos, como las vedas que a veces nos han impuesto. O como los temas que puedan parecer una pérdida de tiempo o un trabajo en vano. Algo queda, algo llega y, sobre todo, está escrito para que en el momento oportuno puedan tomarse de un acervo común, algunas líneas de estudio e implementación de asuntos prioritarios para una nación sufrida, vejada en sus derechos y afectada por un relativismo moral desmedido.
Por último, porque han llovido las preguntas que han motivado esta reflexión, quiero referirme a una cuya intención (sin juzgar sobre las intenciones) no ha sido sobre el instrumento en sí (la investigación, el trabajo, la tesis) sino sobre la persona. Así como no se juzga sobre las intenciones, tampoco se debe hacer sobre las personas; cosa que siempre dependerá del objetivo que persigue quien formula la pregunta y de su relación con la persona a la que pregunta. ¿Y ahora que eres Doctor, seguirás en Convivencia? Pues ante esto la respuesta es tácita. Un sí rotundo. Convivencia es mi proyecto de vida, el lugar donde en pequeño soñamos la Cuba del futuro, más allá de las “utopías” que algunos creen y las consecuencias que representa la coherencia en un sistema totalitario. Convivencia no es para mí un trampolín o una escalera, es el espacio donde pongo mis pocos dones y mi esfuerzo todo (incluidos mis logros personales como la investigación doctoral) al servicio de la familia que hemos construido por 18 años.
Agradezco a todos sus preguntas, porque todas ellas me confirman en la necesidad de estudiar más para servir mejor y me recuerdan el lema de mi más reciente alma máter: “vencer el mal a fuerza de bien”. Ese es el camino y esa es la meta.