Por Carlos Carballido
Dallas.- Dejaron el paquete como tantas veces frente a mi puerta, sin embargo, esta vez no fue por encargo mío, así que me sorprendí al verlo mientras salía a pasear a mi perrita.
Había olvidado esa palpitación en el pecho cuando algún amor de esos que pasan por nuestras vidas tenía la delicadeza de un regalo. Este, no tengo idea de quién ha sido, pero asumo que lo hicieron coincidir con un día como el del Amor y la Amistad y aunque no suelo celebrarlo, sino más bien criticarlo, al menos honro a quien lo hace.
Esto del amor es, como todo en la vida, un fenómeno químico muy mal descrito por los poetas. Prefiero la concepción del Oriente donde más allá del rayo que nos obnubila cuando vemos a una hermosa mujer, es un sentimiento donde debe primar tres aspectos esenciales: admiración, respeto y lealtad. Cualquiera de esas tres cualidades garantiza un amor eterno siempre y cuando tu fortaleza individual no claudique ante tanto bombardeo lascivo, erótico y banal al que estamos sometidos.
A veces los animales nos enseñan que el amor es más bien un compromiso de por vida para cuidar nuestras descendencias. Un compromiso que se honra por encima de todo. Desde los Cisnes hasta los Loros africanos prefieren morir junto a sus parejas antes de faltar al compromiso.
Los Lobos Alfa igual ni abandonan a sus crías ni a la hembra con las cuales forja la manada. Los humanos, en cambio, hemos perdido el rumbo saltando de cama en cama o de taberna en taberna. El tiempo pasa y te das cuenta, cuando ya peinas canas como yo, que eso de quitar lo bailado es la otra gran falacia con la que crecimos.
Esto del amor debería ser tema olvidado. No dura más de tres años un enamoramiento por fuerte que sea. Pocas parejas hoy llegan al ocaso de la vida tomados de la mano junto al fuego, mientras recuerdan vidas llenas de golpes que superaron juntos, besos ocultos en un sofá blanco, la primera desnudez de ambos, el compromiso de estar ahí para cada cual.
Esto del amor deberían eliminarlo del calendario de festejos. Abrí el regalo y veo una escultura en hierro de una pareja sosteniendo un corazón. Asumo que es una especie de amante secreta que me sigue en mis redes. O una broma de mal gusto que intenta ilusionar alguien curtido por los años y el desamor.
Sea cual quiera que sea la intensión, he colocado ese regalo misterioso en mi oficina, precisamente donde lo observo todo el tiempo como recordatorio que el mérito de un hombre es saber respetar, admirar y ser leal a todo lo que considera importante, incluido un cuerpo de mujer. A quien haya sido, solo puedo decir muchas gracias.