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COMO EXTRAÑO EL TIMBRE DE MI BICICLETA

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Por Ulises Toirac ()

La Habana.- Querido y tintineante timbre de bicicleta: Te extraño muchísimo. No solo tu físico refulgente, brillante y robusto (eres difícil de sacar rápido del manubrio, pero un timbrazo por un ojo debe ser una jodienda).

Uno agarra cierta edad en la que empieza a valorar las cosas simples de la vida como extender el brazo y darle a tu impulsor ahuecado y escuchar ese ring único, que repetido dos veces rápidamente quería decir «abre paso que voy», o «¡quítate del medio, comemierda!» o… Coño, mejor no sigo, porque dos timbrazos era agite, pero un agite regao pal que le sirviera el sayo.

Lo cierto es que, además ¡ahora los chamas ni montan bicicleta! Antes la calle llevaba un ring ring a cada ratico… ahora lo que se oye es «fffffiuuu…. scratschhhhhwaaaa» de los móviles… una mierda de jueguito de esos que lo único que ejercitan es el deo gordo… Que total…. ni pa sacarse los mocos sirve.

Pa escuchar tu ring ring se me ha puesto la cosa tan difícil, que tengo que buscar «Bicycle Race» de Queen. Ahí sí estás. Sonando multitudinariamente.

De chama no tuve ni bicicleta mía, nunca agarré a comprar con suerte ni Santicló quiso que me diera infarto. Sospecho que era una cosa de dinero. Lo cierto es que técnicamente no me faltó, porque en la cuadra había una bicicleta y a la hora de montar era por turno…

¡Las broncas porque si «el que va detrás de éste es el hijo de la China que fue a hacer caca y atrás voy yo», eran nivel Dios. Pero todo el mundo montaba o aquello se acababa como la fiesta del Guatao, a cintazo y cada uno corriendo pa su lao.

La justicia venía de cualquier padre, que ellos se habían puesto de acuerdo y no se andaban con miramientos pa romper limpio y salvar amistades en el proceso. Porque luego a todo el mundo se le olvidaba a quién le tocaba la bicicleta (ni que la habían recogido y guardado como escarmiento), para pasar a la fase «a mi me rozó la oreja», «¡a mí sí me trabó la nalga», «¡como arde ese cinto, coño!» y luego… «¿qué?… ¿jugamos a los escondidos?»

Me queda el alivio del imponderable. No es que no te escuche sonar porque a esta edad ponerse a pedalear sea una jodienda peligrosa, sino porque estos niños de hoy, son tan guanajos que jamás conocerán la emoción de dar la vuelta completa que te tocaba montando la bicicleta y, a punto de llegar a la esquina donde todos esperaban su turno, acelerar dándole a los pedales como si te fuera la vida en eso, y gritarle a todos tus amigos de la cuadra «¡Pencooos!¡A ver quién me cogeeeeeeee!»

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