Por Víctor Ovidio Artiles ()
Caibarién.- Como buen proctólogo que soy, al bajar de la guagua me introduje en el barrio que luce más oscuro que el culo del lobo. He creado una maestría en el andar a esta hora que ya quisieran muchos cocuyos tener.
Me sé cada hueco, cada corriente de agua albañal, cada perro insoportable, cada basurero.
Llevo meses repitiendo esta marcha oscura. Parezco un Gran Dragón del KKK, fajado con lo negro. A medida que avanzo voy repitiendo para mí, y a veces para otros, el mismo discurso de cada apagón.
Hablo de lo que sé… y de lo que no. ¡Me da la gana! Hablo de los circuitos protegidos y de la Habana y del SEN frágil por tanta carga en la capital y tanto abuso en el resto.
Explico la actitud del tipo que al salir de la Habana, de nadie se despidió, sólo de un perrito chino que iba tras él. Coño, que el tipo sabe que no es justo.
Los habaneros no tienen la culpa, ni el perrito chino… ni nosotros, coño.
Llego tanteando, como un murciélago con el sonar sin carga. La lámpara recargable ya está entubada y la balita tiene menos gas que un pedo de frijoles blancos.
Comento que salió la Guiteras cuatro días y me molesta, que hay grupos parados por falta de combustible y recuerdo los «empates» anunciados y me molesta, que llevamos tres meses en esto y me molesta, que se acabó el carbón y el arroz y los frijoles y que estamos a 19 nada más.
La lámpara agoniza, los jejenes pican, el agua está fresca. Creo que como estoy ahora… ni del perrito chino me despido.