Por Dr Rafael Piñeiro ()

Miami.-No me sorprendió en lo absoluto la victoria electoral de Donald Trump el martes pasado. (Creo que en realidad le sorprendió a pocos). Nunca tuve dudas de que en una contienda medianamente limpia se impondría, y por paliza. Así lo he dicho desde hace mucho tiempo y así lo recalqué con frecuencia en las últimas semanas. Y eso fue precisamente lo que pasó.

Lo que sí me sorprendió es que le otorgaran el preciado triunfo, como si hace cuatro años atrás no le hubieran birlado la reelección, inventándose sus oponentes 14 millones de boletas a favor de un anciano senil que ya había anticipado por sí mismo, en un descuido provocado por su déficit cognitivo tan sólo unos días antes de los comicios, que él y sus titiriteros cometerían el mayor fraude electoral en la historia de los Estados Unidos. Nadie prestó atención en aquel entonces y siguen sin prestarla ahora.

A estas alturas resulta prácticamente imposible encontrarse a un político del partido republicano, o un analista cualquiera, o a un medio presuntamente conservador siquiera, comentando acerca de la posibilidad de la existencia de un fraude durante las elecciones del 2020.

Es una especie de tema tabú del que huyen despavoridos tirios y troyanos, sobre todo tras los esfuerzos baldíos de un puñado de inconformes que, inmediatamente después del robo intentaron demostrar sin éxito alguno lo que a todas luces había sucedido, y luego de la represión del Estado y las entidades políticas en contra de aquellos ingenuos manifestantes que pensaron que protestando en el Capitolio lograrían cambiar el status quo.

Espero que la nueva administración traiga algo de luz sobre los hechos. Al menos, ya que es prácticamente imposible poder identificar al verdadero poder que permitió el desaguisado, que se identifique y castigue con severidad a todos esos mandos partidistas, de ambas partes del espectro político (porque el citado fraude no provino solo del partido demócrata, estemos claros), que metieron sus manos y permitieron el embuste.

Aunque es ésta una aspiración muy poco probable, lo cierto es que la mayoría del pueblo norteamericano necesita un acto de redención. El core del trumpismo político lamentablemente, no basta para asumir esta encomienda. El presidente se encuentra rodeado de parásitos y serpientes que ya lo aguijonearon en más de una ocasión. Sabe Dios si él mismo ya pactó con aquellos que antes le robaron el triunfo. Pero si se quiere conservar al menos un atisbo de esperanza y justicia, algo debiera hacerse al respecto.