LA ÚLTIMA NOCHE

CUBALA ÚLTIMA NOCHE

Por Marcos Santiesteban

La Habana.- Hoy puede ser la última noche de mi vida. No solo la mía, también la de varios vecinos de mi cuadra y sabrá Dios de cuántas personas más. A esta hora ya se sienten las ráfagas de Rafael, azotando parte de un país desnudo, sin nada. 

Llevamos 34 horas sin electricidad, según los gobernantes, por culpa de Rafael. Dicen por ahí que ganó Donald Trump la elecciones de Estados Unidos, que ahora sí vamos a guindar la quija’ de un clavo cuando termine de pasar el huracán. ¿En serio? Deberíamos preocuparnos más porque se larguen de aquí los gordos sinvergüenzas que nos gobiernan y dejemos tranquilos a los yumas con lo suyo. 

En mi cuadra hay 70 casas, de ellas 62 están en mal estado. Aquí nadie ha venido a preocuparse por nosotros, posiblemente el presidente del CDR no sepa nada de Rafael. Sin embargo, los ciberclarias andan alborotadas dando lecciones de cómo Cuba se prepara organizadamente gracias a su Defensa Civil.

Vuelvo y repito: hoy puede ser la última noche de muchas personas en la isla. Morirán abandonados, seres humanos que en su momento dieron todo por la Revolución y ahora la Revolución no les puede dar ni una libra de azúcar blanca. Ahora mismo el cielo está gris y el alma de muchos infelices anda negra, vacía, sin esperanza.

Hace dos días, cuando Rafael era una depresión tropical, mi amigo Gervasio me decía: “nos veremos donde acaba la vereda”. Sus palabras hoy retumban en mi cabeza porque me pareció una despedida anticipada. El viejo Gervasio vive solo en una casa de tabla y ahí se va  a quedar, aunque el huracán tenga categoría cinco. Gervasio está cansado. Por la mañana fui a buscarlo para llevarlo a mi casa y no hubo forma de convencerlo. Solo atinó a decirme otra frase demoledora, muy de él: “llevo toda mi vida buscándole sentido a la palabra ‘libertad’, pero aún no se la he encontrado”.

Es la una de la tarde en Alquízar, Cuba. Camino por mi barrio y me doy cuenta que casi todos duermen la siesta, como si más nunca fueran a despertarse. Hay una casa con la puerta abierta, de paredes llenas de churre y una escena teatral: Evarista, la de vigilancia de la cuadra, está quitando la mitad de las cosas de su escaparate para meterse ahí mientras el fenómeno natural haga lo suyo.

Alquízar es un municipio muerto, que tuvo un diputado de nombre Alejandro Gil, quien le prometió al pueblo confianza en el socialismo  y ahora está tras las rejas. No hay más nada para decir de Alquízar, salvo que no sea miseria y desgracia.

Por más que a uno le parezca todo esto una ficción, es la vida real del cubano. No es un pasatiempo ni una terapia, estamos viviendo nuestra propia película no apta para ningún ser humano. 

Mañana o pasado saldrán  imágenes devastadoras en las redes sociales. Quizás yo no estaré para contarlo. Hoy puede suceder de todo, incluso hasta el apocalipsis.

Cuando estoy terminando este texto, recibo un mensaje de un buen amigo: “Métete en el escaparate, asere. El tipo viene feo”.

No le voy a contestar. La posible última noche, la quiero pasar feliz, aunque sea la peor decisión. O quizás le haga caso a mi amigo y decido continuar con la vida, a pesar de tanta muerte a mi alrededor.

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