Tomado de MUY interesante
Los perros de trineo fueron los verdaderos héroes de las expediciones polares. Su resistencia y lealtad abrieron el camino hacia la conquista de los polos, donde desafiaron las condiciones más extremas de la Tierra.
Madrid.- En el inicio, el ser humano fue una vulgar e insignificante especie más. Cada mañana debía ponerse en marcha para tratar de obtener, bien a través de la caza o de la recolección, el alimento necesario para superar, a veces a duras penas, el día. Aproximadamente hace unos 10.000 años nos pasamos la primera partida del videojuego y conseguimos el control sobre el medio gracias al dominio de la agricultura y la ganadería. Los excedentes que comenzaron a generar estas prácticas no propiciaron únicamente la aparición de los primeros núcleos de población estables, también dieron inicio al comercio y la economía y a la aparición, por primera vez en la historia, de tiempo libre. Con éste, aparecieron al tiempo el aburrimiento, la curiosidad y la necesidad por alcanzar metas mucho más ambiciosas. Por ejemplo, la conquista de los rincones más remotos e inexplorados del planeta. ¡Dicho y hecho!
Hacia el Polo Norte
Las aventuras de Marco Polo en el siglo XIII nos descubrieron las maravillas y riquezas del exótico y prolífico continente asiático. En el siglo XV las grandes potencias europeas fletaron sus naves y se lanzaron a la exploración y cartografía de la práctica totalidad de las tierras emergidas. En poco tiempo quedarían muy poquitos rincones sin profanar. Llegado el siglo XVIII, todo el planeta había sido ya ocupado por los humanos. ¿Todo? ¡No! Una vasta extensión de hielo resistía todavía y como siempre, al invasor. Su conquista sería el siguiente objetivo.
La cercanía de Europa, las facilidades de accesibilidad a través del océano Ártico y unas condiciones climatológicas ligeramente más benignas que en el sur propiciaron que los primeros esfuerzos se concentrasen en alcanzar el Polo Norte. De esta forma, el 6 de abril de 1909, el explorador Robert Peary, consiguió colocar la bandera estadounidense sobre los 90ºN, la latitud exacta del Polo Norte geográfico. Aunque Peary es reconocido como el primero en llegar, existen disputas sobre la exactitud de sus coordenadas y sobre si, realmente, fue el también estadounidense Frederick Cook, quien lo había alcanzado un año antes.
De ser cierto que ambas misiones alcanzaron el ártico, su éxito tiene una única explicación: la utilización de trineos tirados por perros esquimales. La elección de estos animales resultó clave a la hora de avanzar bajo las extremas condiciones que tuvieron que sufrir los exploradores. Los perros eran más rápidos que otras monturas, estaban mejor adaptados al frío, permitían mayor capacidad de carga en los trineos y precisaban menos cantidad de comida, por lo que su manutención exigía acarrear con menos peso. Llegado el momento, muchos de ellos fueron incluso sacrificados y usados a su vez como alimento, tanto del resto de perros como del equipo de expedicionarios.
Peary, que convivio durante años con los inuit, utilizó más de 200 perros de raza husky groenlandés que fue turnando en un eficaz sistema de relevos. Aunque Cook también confió en la pericia de estos animales, únicamente utilizó 26 en su expedición y esto, a la larga, acabó marcando la diferencia.
Ya fuera Cook o Peary, o incluso si en realidad fue Matthew Henson, el acompañante de éste último, quien llegara primero al Polo Norte, el conflicto entre ambos exploradores marcó uno de los debates más acalorados en la historia de la exploración polar, permitió tachar de la lista este objetivo y dirigir todas las miradas hacia el polo opuesto.
Hacia la Antártida
La Antártida es un continente yermo y deshabitado cuya conquista en el siglo XIX se vendió como una aventura tan peligrosa, larga y extrema que existía una probabilidad muy elevada de no regresar con vida de ella. En caso de éxito, sin embargo, reportaría gran honor y reconocimiento.
Aventureros como Shackelton, Scott y sobre todo Amundsen dedicaron, e incluso perdieron su vida, para ser los primeros en completar esta gesta. El 14 de diciembre de 1911, el explorador noruego Roald Amundsen clavaba la bandera del país nórdico en el polo sur geográfico de nuestro planeta y conseguía que su equipo regresara sano y salvo. Scott no tuvo tanta suerte y falleció tratando de completar la misma empresa pocos meses después.
Una de las decisiones más acertadas del noruego, que a la postre le permitió mantener con vida a su equipo, fue, como ya hizo con anterioridad Peary, escoger perros como animales de tiro de sus trineos. Su amplia experiencia en expediciones anteriores le ayudó a comprender la importancia de estos animales a la hora de avanzar bajo las extremas condiciones climatológicas que se iban a encontrar. El trato que recibieron resultó acorde al servicio que debían prestar. Se les ofreció una alimentación completa, a base de galletas de trigo, avena y huesos, suplementos de carne de foca, pemmikan (una masa de carne seca pulverizada, bayas desecadas y grasas) y pescado seco.
Recibieron látigo siempre que fue preciso y muchos de ellos fueron finalmente sacrificados para obtener comida de su carne.
El 14 de diciembre de 1911, Roald Amundsen alcanzó el Polo Sur. Solo 11 de los 52 perros que iniciaron la travesía sobrevivieron. Una vez más, el fin debía justificar los medios.
Algo peor le fue a Robert Falcon Scott. Las malas experiencias con perros que había tenido en sus proyectos anteriores hicieron que el explorador británico se decantase finalmente por la utilización de caballos como monturas de carga. De esta forma, su expedición estaba formada por 65 hombres experimentados, escogidos cuidadosamente entre un total de 8.000 voluntarios, 34 perros, 19 caballos siberianos y tres vehículos de motor. Desgraciadamente, no tardaron mucho en aparecer las primeras grietas en su elaborado plan.
Uno de los vehículos falló antes de comenzar el viaje y los dos restantes quedaron pronto inutilizados debido a las intensas condiciones del clima antártico. El equipo se vio obligado a depender entonces de los animales y la fuerza humana para arrastrar los trineos. La alimentación de los caballos obligaba a transportar pesados sacos de avena, lo que dificultaba y ralentizaba aún más su avance. Otra desventaja de estos animales era que su sudor se congelaba en la piel. Nuevamente los perros se veían en esto beneficiados, pues son capaces de regular su temperatura a través del jadeo y las pequeñas glándulas en las almohadillas de sus patas. Todos los caballos de Scott acabaron muriendo y el equipo tuvo que valerse de su propia fuerza para acabar la empresa. Obviamente, las cosas no salieron bien. Cuando alcanzó la meta, el 17 de enero de 1912, la bandera noruega ondeaba orgullosa en ese lugar. Exhaustos y fracasados emprendieron el regreso.
El desenlace final es por todos conocidos. En mitad del retorno fueron sorprendidos por una tormenta. Como nos cantaba Mecano: “No hubo lápidas. No hubo pláticas. No hubo dios ni hubo reina. Solo nieves eternas en la Antártida” Sus cuerpos fueron encontrados sepultados bajo el hielo el 12 de noviembre.
Durante los preparativos previos, Fridtjof Nansen, una autoridad en exploración polar, recomendó encarecidamente a Scott la utilización de perros de trineo en su viaje. La expedición falló por una combinación de mala planificación, decisiones erróneas, falta de preparación adecuada, y circunstancias extremas que el equipo no pudo superar. Quizá si hubiera sabido escuchar los consejos del famoso explorador noruego, el resultado hubiera sido muy diferente.