Los Palos, Cuba.- En una ocasión, el pintor español Pablo Picasso, ya anciano, sentado en un modesto, café dibujaba algo en una servilleta usada. No se tomaba en serio esas cosas: pintaba lo que por un momento le interesaba.
Pero Picasso era Picasso, los garabatos sobre los posos del café eran interesantes diagramas cúbicos e impresionistas. Una joven sentada cerca lo miraba con asombro.
Finalmente, Picasso terminó su café y cogió la servilleta, cuando se disponía a marcharse. La mujer lo detuvo.
-Espera -dijo-, ¿puedes darme la servilleta en la que estabas dibujando?
-Por supuesto -respondió Picasso-, 20 mil dólares.
La mujer salió corriendo como si le hubieran tirado un ladrillo.
-¿Cómo? Sólo te llevó dos minutos dibujarlo.
-No, señora -objetó Picasso-, se necesitaron más de sesenta años para pintar.
Luego se metió el pañuelo en un bolsillo y salió del café.
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