LOS PROTOCOLOS NO SE ROMPEN

LECTURASLOS PROTOCOLOS NO SE ROMPEN

Por Ricardo Acostarana

Foto: Rebeca Tirse.

La Habana.- Creo que fue la primera vez que entendí lo que es ir al lío. Vivíamos cerca, muy cerca, cerquita, demasiado cerca. Nos cruzábamos en el barrio, pero cada uno iba con su saco de problemas al hombro.

En algún momento, de repente, se cumplió el protocolo: ella descubrió y quiso y me escribió, y entonces la reconocí de cuando la veía en la calle con su saco de problemas al hombro y ella a mí conmigo y con mi perro, mi perro que todavía era un saco de problemas y me llevaba de la mano y corriendo por el barrio.

Quedamos en vernos y nos vimos. Quedamos en tomar unas copas de vino y tomamos. Ella fingió estar nerviosa y yo temblaba sin camuflaje ni escafandra. Necesité varios cigarros para aparentar la serenidad de un misionero.

Pero el protocolo no se rompe. El show debe continuar y quedamos en besarnos.

Fue su cuadro de fibra de carbono contra mi torpeza poniendo una goma por enésima vez.

Fue su saco de problemas al hombro contra mi cabeza y mi lengua macerando sus labios bouquet, topándome con el sabor del vino blanco en su garganta y en el cielo de su boca.

Quedamos en pararnos de las sillas y seguir el beso. Añadimos dedos, brazos, cinturas, cabellos, saliva, piernas, barba, relieves sibaritas con mi deseo jíbaro de arrancarle la blusa blanca de tirantes y el jean negro cosido a su cuerpo.

Quedamos en seguir la senda hasta la puerta del cuarto y el protocolo dictó que el acceso a su habitación, era también una obra de arte estilo Wilfredo Prieto. Nunca supe si la puerta estaba medio abierta o medio cerrada.

Mi deseo jíbaro ya entraba en la caverna y mis otros yo venían de regreso con el mamut cazado en tierras lejanas para una semana de bacanal.

Estaban los besos y el saturnal a punto de caramelo. En ese instante el otro lado de la democracia me separó de su cuerpo legislativo con un manotazo gigante; un manotazo cómplice de la caza en tierras lejanas.

Necesitaba un cigarro en ese justo momento del protocolo, pero estaba muy lejos del camerino.

El otro lado de la democracia me miró, se mordió los labios como jíbara en celo y me encadenó a su orden: Me exigió que me quitara la ropa, que me desprendiera de mis harapos y yo no entendí el guion, pero improvisé.

Si una jíbara te dice que te quites la ropa, lo mejor es llegar al baile sin trapos. Me quité el pulover, las medias, los zapatos y el jean. Que suene el mambo, que lo quiero bailar.

Pero la jíbara, con un leve cabeceo que tomé como aprobación, se colgó los hábitos de damisela en peligro y me dijo que era suficiente.

Los protocolos no se rompen. El show siempre debe continuar.

La democracia es un pacto solemne y no me quedó de otra que asaltar el parlamento. Por supuesto, con previo beneplácito de su saco de problemas al hombro.

Mi cabeza entonces se convirtió en el mamut cazado y en la caverna y en la bacanal, y el barrio entero supo que esa noche habría dos muertos sin excedente de plegarias ni tiempo para duelo permanente.

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