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¿QUÉ RELACIÓN TIENEN AUSCHWITZ Y EL JUICIO FINAL DE MIGUEL ÁNGEL?

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Tomado de MUY Interesante

Las escenas que Miguel Ángel representó en el Juicio Final de la Capilla Sixtina parecen una premonición del horror que se vivió en los campos de concentración y exterminio de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial

Madrid.- A lo largo de la historia se han sucedido guerras y genocidios que han dado a conocer el horror a sus testigos o víctimas. Miguel Ángel presenció cómo la ciudad que había sido la cuna de su formación, Roma, era saqueada y hundida durante el conocido Sacco di Roma en 1527. El sentimiento de Miguel Ángel ante esta destrucción se plasmó en el Juicio Final de la Capilla Sixtina, creando imágenes propias desde el prisma de alguien que había presenciado el terror.

Recreación del campo de concentración de Auschwitz

Recreación del campo de concentración nazi de Auschwitz. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

Mucho tiempo más tarde, en el siglo XX, se produjo uno de los episodios que cambiaron la condición humana, que fue la Shoah y el genocidio liderado por Hitler que se produjo en los campos de concentración y exterminio entre 1933 y 1945. Auschwitz —como símbolo de estos inhumanos espacios— representa la destrucción del hombre y de la identidad humana, además de ser la culminación de aquel horror premonitorio que se anunciaba en el Juicio Final, aflicción que Primo Levi usó de parangón con lo sucedido en Auschwitz.

En el primer cuarto del siglo XVI, Italia fue el escenario de las guerras entre el habsburgo Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y el rey francés, Francisco I. Era un conflicto que se había iniciado por la rivalidad entre los dos monarcas más ricos y poderosos de Europa por la candidatura de ambos a la elección imperial en 1519. Como consecuencia de ello, el 6 de mayo de 1527 entraban en Roma las tropas españolas y germanas, para mostrar su supremacía frente la conocida Liga de Cognac —formada por Francisco I, el Papa Clemente VII, algunas Repúblicas italianas e Inglaterra. El ejército de Carlos V —formado por los lansquenetes y los militares dirigidos por el condestable de Borbón— atacaron y saquearon la ciudad.

Recreación del Sacco di Roma

Recreación del Sacco di Roma en 1527. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

Tal como llora Pietro Aretino en sus Lamenti, fue un día lleno de horror, muerte y crueldad: «El sexto día de mayo, horror y espanto / Día infeliz, brutal y horrendo / Que al escribir hace temblar la tinta / En mitad del fuego y ante el desnudo / Entregados a la audacia temeraria / De España y Alemania, ante los ojos nuestros, / En manos de perros y despiadados monstruos, / Del universo la adorada señora / Se halló inerme, sin consejos ni armas».

Gran parte de la Guardia Suiza fue masacrada por las tropas imperiales en las escaleras de la basílica de San Pedro del Vaticano. El Papa Clemente VII pudo escapar por el Passetto di Borgo, un pasadizo secreto que une la Ciudad del Vaticano con el Castel San’Angelo, donde se refugió. Las iglesias y los monasterios fueron despojados de todos los objetos preciosos. Más tarde, el 28 de febrero de 1528, Roma fue evacuada definitivamente, cuando las tropas imperiales se dirigieron hacia Nápoles y después de que trece cardenales y el papa consiguieran huir del Castel de San’Angelo, donde habían sido retenidos hasta que el Estado Pontificio se rindiera y pagara indemnizaciones, fruto de un acuerdo entre el papa y el ejército de Carlos V.

Terribilitá y dinamismo

Entre 1516 y 1534 Miguel Ángel se encontraba en Florencia, trabajando para el papa Medici León X en la fachada de la basílica de San Lorenzo —proyecto que no llegó a realizar—, en la Sacristía Nueva de San Lorenzo y en la escalinata de la Biblioteca Laurenciana. Miguel Ángel no presenció el Sacco di Roma pero, en 1534, cuando volvió a Roma con el encargo que le había hecho Clemente VII de pintar el Juicio Final en la Capilla Sixtina, encontró una ciudad devastada por la guerra.

En este contexto, en 1536, empezó la realización del fresco del Juicio Final, donde se representa la tragedia de la humanidad que espera con gran dolor el final de los tiempos y la segunda venida de Cristo como juez de los hombres. El contexto histórico de esta magna obra está marcado por los estragos de una ciudad asediada, y también por la inestabilidad de la iglesia católica y de sus doctrinas, después de la aparición del protestantismo en 1517, cuando Lutero colgó las tesis contra el papado y la degradación del clero. La Iglesia católica tenia que recuperar la condición de gestora del infierno, el cielo y el purgatorio, y de mediadora para conseguir la salvación eterna, después de la negación de la inmortalidad del alma por parte del protestantismo.

Miguel Ángel, con un fresco de colores azules y ocres, de formas agigantadas y pesadas y con el estilo de terribilitá revolucionó la iconografía del Juicio Final, abandonando la composición en registros paralelos e introduciendo un doble movimiento de elevación y descenso, como si de la balanza de San Miguel pesando las almas se tratara: los escogidos ascendían hacia el paraíso y los condenados descendían hacía el infierno. Su gran dinamismo, parecido a un remolino, se crea mediante la torsión de los cuerpos.

Detalle del Juicio Final

Detalle del Juicio Final (1536-1541). Bajo los ángeles que portan la cruz y la corona de espinas, símbolos del sacrificio redentor de Cristo, se agrupan los bienaventurados. Foto: ASC.

Más de cuatrocientas figuras aparecen en un espacio vacío, sin perspectiva y sin ninguna arquitectura. En el centro preside la figura del Cristo-Juez lanzando un gesto amenazante hacia los condenados, mientras la Virgen María dirige la mirada a los bienaventurados atrayéndolos hacia ella con la mano. Se añaden a la dinámica escena celestial numerosas figuras de santos y bienaventurados que se disponen alrededor de Cristo.

Debajo de la escena celestial se representan once ángeles, ocho de ellos trompeteros. Los cinco de la izquierda parecen interpelar a los difuntos que despiertan sosteniendo un libro de dimensiones reducidas con el nombre de los escogidos; a la derecha, un grupo de seres celestiales sujetan un gran libro que contiene el nombre de los condenados. Este grupo angelical es una de las grandes revoluciones de la composición de esta obra, al no saturarlos en la parte superior del conjunto sino en el centro, marcando la llamada al juicio, como algo inminente.

De la puerta del infierno —en la parte central inferior de la composición, y a la misma altura que el ostensorio y que la vista de los asistentes a las misas— se asoman tres demonios de aspecto simiesco. Justo cuando el papa levantara la hostia consagrada, se vería a esta vencer al mal, representado por la puerta del inframundo. Es una exaltación eucarística frente a las doctrinas protestantes.

Estudio de tres demonios para el Juicio Final, Miguel Ángel

Estudio de tres demonios para el Juicio Final (h. 1540-1550). Dibujo en tiza roja conservado en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Foto: Album.

A la izquierda del infierno se representa la resurrección de los muertos, en la que se entremezclan las almas que ascienden por sí solas, las que se esfuerzan para levantar las lápidas que cubren sus fosas, y las que son ayudadas por ángeles mientras que algunos demonios las sujetan para que no puedan ascender. En la escena también aparece un clérigo que realiza el ritual de la imposición de las manos, resaltando la importancia de los sacramentos, principalmente de aquellos criticados por los herejes.

En la parte inmediatamente superior se ilustra la ascensión de los escogidos, entre los que encontramos dos figuras que se agarran a un rosario como símbolo de gratitud y adoración, al mismo tiempo que encarnan la fe, la humildad y la penitencia; una mujer que se encuentra en estado de éxtasis con los pies enredados con un sudario, y el alma de un hombre que es ayudado por un ángel con los músculos profundamente marcados.

A la derecha de la escena celestial aparecen los mártires con los atributos que simbolizan e imitan el sacrificio de Cristo, entre los que encontramos a Simón de Celota con la sierra, a Felipe con la cruz, a Blas con las púas de cardar, a Catalina con la rueda de púas y a San Sebastián con las flechas y un arco imaginario. Es el ejército celestial, listo para actuar frente a los herejes, condenar a los que no siguieron su modelo de virtud.

Justo debajo, Miguel Ángel sitúa la caída de los vicios, en una escena repleta de dinamismo y tensión en la que la mayoría de las figuras luchan para no caer al infierno. Destaca una figura solitaria horrorizada por su destino, que adopta la postura del pensador y que es arrastrada por dos demonios hacia el infierno mientras una serpiente le muerde el muslo. No puede remediar los pecados realizados durante su vida, la suerte está echada.

El infierno es representado justo debajo, en una escena que se subdivide en dos grupos, uno alrededor de Caronte y el otro en torno a Minos, dos personajes míticos que aparecen en el infierno de Dante, una de las fuentes más recurrentes de la Edad Moderna y la única coetánea que utiliza el artista en toda esta composición. A la izquierda está la barca de Caronte —con rostro demoníaco y de color gris verdoso— en la entrada del infierno, con los condenados a bordo, aterrorizados, que intentan esquivar los golpes de remo con los que Caronte los empuja hacia el infierno. Las dos lunetas superiores rematan el dinamismo de la composición.

El rey Minos en el Juicio Final

El rey Minos representado en el Juicio Final por Miguel Ángel. Foto: Album.

Detalle de Caronte trasladando a los condenados hasta Minos

Detalle de Caronte trasladando a los condenados hasta Minos, el juez infernal. Foto: AGE.

A la izquierda Miguel Ángel representa el sacrificio redentor de Cristo mediante la simbología de la cruz y la corona de espinas transportadas por los ángeles; a la derecha, aparecen diferentes símbolos de la Pasión de Cristo (conocidas como Arma Christi), como la columna de la flagelación, la caña con la esponja para saciar su sed como escarnio y la escalera utilizada para el Descendimiento.

Los «Carontes» nazis

Una vez descrito el horror plasmado por el pintor italiano en su lienzo nos detendremos en analizar otra de las grandes barbaries de la historia. La Shoah (1933-1945) fue la más profunda expresión de antisemitismo que ha sufrido la humanidad. Se caracterizó por la persecución sistemática y el asesinato de más de seis millones de personas catalogadas en grupos como enemigos del gobierno nazi, entre los que había judíos, gitanos (roma y sinti), ciudadanos polacos, prisioneros de guerra soviéticos, homosexuales, disminuidos psíquicos y físicos, testigos de Jehová y disidentes políticos.

El proceso destructivo se inició en 1933 con la persecución calculada de los ciudadanos alemanes judíos, que se fue agravando progresivamente mediante la implantación de nuevas medidas legales creadas por el gobierno de la NSDAP (Partido Alemán Nacional Socialista de los Trabajadores) con Adolf Hitler al frente, como expropiación de las propiedades y bienes, pogromos, quema de sinagogas y libros, boicot a los negocios judíos, propaganda antisemítica, restricciones laborales, emigraciones y deportaciones de los colectivos perseguidos, creación de guetos, etc.

Estas medidas perseguían exterminar la comunidad judía europea y su identidad, así como a otros colectivos considerados peligrosos. En 1933 empezaron a construir la máquina destructora, es decir, los primeros campos de concentración y exterminio, y antes de 1945 se habían construido un millar en Europa.

Campo de concentración de Auschwitz

Campo de concentración de Auschwitz. Foto: Shutterstock.

El 1 de septiembre de 1939 las Wehrmacht (fuerzas armadas alemanas) atacaron el oeste de Polonia provocando la Segunda Guerra Mundial y la intensificación del exterminio de todos los colectivos que consideraban «enemigos». Este acontecimiento desembocó en la Solución final.

En 1941, la situación de los guetos creados desde el ascenso de Hitler al poder había empeorado radicalmente. Cada día que pasaba, su densidad de población iba en aumento y las condiciones de vida en ellos eran más duras. El 20 de enero de 1942, en una reunión celebrada en un chalet en Wannsee, cerca de Berlín, Reinhardt Heydrich —jefe de la Gestapo y de la Organización Internacional de la Policía Criminal— invitó a los altos funcionarios ministeriales para explicar los planes de asesinato masivo de los judíos. Decidieron la aplicación del plan de exterminio destinado a 11 millones de personas mediante el gas Zyclon B, que utilizarían en los campos de exterminio.

Fotografías de prisioneros del campo de Auschwitz

Se estima que por Auschwitz llegaron a pasar 1,3 millones de personas, de las que murieron 1,1 millones. En torno a un millón de los muertos eran judíos. Foto: ASC.

Miguel Ángel, inspirándose en los textos apocalípticos de la Biblia y en la Divina Comedia de Dante Alighieri representó las escenas del Juicio Final en su fresco. Cristo —situado en el centro de la composición— decide implacable el destino de los hombres más allá del mundo terrenal: los «escogidos o bienaventurados » a ascender al paraíso (a la izquierda de la composición) y los «condenados» a descender a las profundidades del infierno (a la derecha de la obra). Estas figuras —las de los salvados y los hundidos— nos remiten al proceso de «selección» que se llevaba a cabo en la rampa del campo de Auschwitz, donde los que se salvaban y los que se dirigían a la cámara de gas —el infierno— eran elegidos al azar, según los criterios que escogían los propios verdugos. Después de la selección efectuada por los SS, en los campos —tal como explica Primo Levi, el escritor italiano de origen judío y superviviente de Auschwitz, en Si esto es un hombre— se producía una especie de «selección natural», la de los fuertes y la de los débiles, los salvados y los hundidos.

Auschwitz era el infierno. Levi lo describe como tal: «Esto es el infierno. Hoy, en nuestro tiempo, el infierno debe de ser así, una sala grande y vacía y nosotros cansados». El infierno descrito por Dante en la Divina Comedia es un territorio vigilado por Caronte. En la parte inferior del Juicio Final, al lado de un torbellino de cuerpos desordenados —que recuerdan a los cadáveres lanzados a las fosas comunes de los campos de concentración— el pintor florentino lo representa. Es el mítico barquero de la Eneida de Virgilio y de la Divina Comedia, que empuja las almas a su dramático destino del infierno. Los personajes de esta última obra se encuentran un río denominado Aqueronte, donde había un viejo de cabello canoso que remaba en una barca y dirigiéndose a ellos les dijo: «Vengo para conduciros a la otra orilla, donde reinan eternas tinieblas, en medio del calor y del frío». Estas palabras podrían ser las de cualquier miembro de las SS, es decir, los «Carontes» nazis que deportaban y seleccionaban las víctimas en los campos de concentración, un verdadero mundo de tinieblas.

Detalle de Caronte trasladando a los condenados hasta Minos

Detalle de Caronte trasladando a los condenados hasta Minos, el juez infernal. Foto: AGE.

El terror de los condenados

En el centro, una figura rodeada por los ángeles trompeteros anunciantes de la muerte sostiene el libro de los bienaventurados, de tamaño más pequeño que el de los condenados; en Auschwitz, el libro de los muertos también era muy grueso. La tortura y el martirio que se ejecutaban en los campos se relacionan con los santos mártires que aparecen acompañados por los atributos de su tortura en la escena miguelangelesca.

En el Juicio Final también se representa el terror de los condenados. En la parte derecha de la composición se incorpora una figura que, aterrada, se cubre los ojos ante la visión del infierno y las almas condenadas; los campos de exterminio también provocaban el terror con sus escenas monstruosas de destrucción humana. Aleksander Woroncow —soldado soviético que filmó las imágenes de la liberación de los campos, en 1945— explica en una entrevista lo que vio al llegar a Auschwitz: «Fue la cosa más espantosa que había visto y filmado de toda la Gran Guerra».

Hombre resucitando en el Juicio Final y Prisioneros liberados del campo de concentración de Wobbelin

Hombre resucitando en el Juicio Final (izquierda) y Prisioneros liberados del campo de concentración de Wobbelin en mayo de 1945 (derecha). Fotos: Album y Shutterstock.

La obra de Miguel Ángel es una muestra de una sociedad en crisis, donde las epidemias y las guerras devastaban una población empobrecida. Representó el horror de un modo real y simbólico a la vez. Es por ello que muchos autores posteriores, cuando explicaban el genocidio judío, recurrían a las metáforas visuales creadas por el pintor italiano. Actualizaban la escena de Cristo todopoderoso juez con cómo se autoerigieron como dueños de las vidas de los «otros» los arios nazis. Ellos eligieron quién debía vivir y morir, como lo hace la figura del redentor en el centro del fresco del testero de la Capilla Sixtina. Estas referencias al pasado no hacen más que remarcar la trascendencia de la pintura de Miguel Ángel, su legado, una muestra del dolor implícito en la propia vida del ser humano.

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