SUENA EL XILÓFONO

DEPORTIVASSUENA EL XILÓFONO
Por Gustavo Borges ()
México DF.- En estos días de Juegos Olímpicos, en las madrugadas de México siento que juego a la ouija. Una voz me contesta del más allá y susurra a mis oídos una de las frases más entrañables de mi adolescencia: «Suena el xilófono».
Es una de las expresiones menos conocidas de la poética del narrador Bobby Salamanca, a quien imitaba a mis ocho años, ilusionado con un día ser como él. Antes de empezar un combate de boxeo en los Juegos de Moscú 80, el maestro bautizaba la campana de manera musical y luego describía los golpes de Hipólito, Jorgito, Bautista, Horta, Herrera, Aguilar, Aldama, Armandito, Gómez, Rojas y Stevenson.
No conocí a Bobby. Murió cuando yo iba llegando al juego. Entonces me propuse traerlo del más allá con las vivencias de algunos de sus mejores amigos que me contaron sus historias. Eddy Martín me reveló en Mar del Plata una anécdota imperdible con su amigo en Managua 1972; Modesto Agüero fue amable en Toronto al compartir uno de sus recuerdos más simpáticos con Salamanca, y también me hablaron del maestro otros queridos comentaristas de la generación de mis padres: Rene Navarro, Diego Méndez, Pity Rivera, Julio César Bayard Tablada.
En Miami recibí una ráfaga de cariño por parte del piloto amigo Bobby Salamanca Jr, quien me recibió en su casa y me contó detalles de la vida de su padre. Tendré que escribir eso antes de morirme, sino corro el riesgo de no irme en paz.
En el verano de 1980 escuchaba a Bobby desde las 2-3 de la madrugada y ahí seguía hasta las 12 de la noche, atento a cada competencia de los Juegos. Lo asumía con una obsesión que me permite 44 años después recitar de memoria los campeones olímpicos de atletismo y boxeo y otras hazañas de aquellos Juegos, en los que me enamoré de María Caridad Colón con la inocencia que se enamora un joven acabado de salir de la niñez. Entonces hubiera querido tener 68.40 por ciento de posibilidades de conocerla, lo cual me sucedió un montón de tiempo después, pero yo ya no era tan inocente.
Cambiaron algunas cosas con el tiempo. Hoy muchos celebran que un boxeador que compite por otro país muestre agradecimiento por la tierra donde nació y hay menos odio que en 1987 cuando obligaron a los levantadores de peso Pablo Lara y Francisco Allegues a firmar una carta a Fidel para presumirle que habían derrotado en los Panamericanos de Indianápolis al traidor Roberto Urrutia, cuya única inmoralidad fue irse a vivir a otro lado como han hecho millones desde el origen de la vida en este planeta.
De los años anteriores a lo de Urrutia recuerdo aterrado la lluvia de huevos y aquel coro de «pin pon fuera, abajo la gusanera» del que huía escondido en un mundo mejor: la poesía de Bobby Salamanca.
«Los recuerdos, cuando ha pasado tanto tiempo, entran en esa zona de bruma en la que habitan los sueños», escribió el entrañable Pedro Ángel Palou en una de sus novelas breves y celebro la frase que toma cuerpo en mis amaneceres de estos días en los que vuelvo a ser un chico de 17 años, que vivía salvaje como un Mowgli en la selva, pero tenía sano el manguito rotador.

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