Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- El ombliguismo cubano -uno de nuestros pecados capitales- ha vuelto a convertir un episodio ajeno, como son las elecciones del domingo en Venezuela, en contienda propia; como si una derrota o victoria de Nicolás Maduro fuera decisiva para la suerte de la isla cárcel, hambreada y oscurecida por el comunismo de compadres.
Lamentablemente, la dictadura más vieja de Occidente ha conseguido dividir a los cubanos en dos grandes bandos que -enfrentados aparencialmente- comparten una idéntica pasión totalitaria y fabulosa capacidad para apuntarse a causas ajenas y remotas, con tal de meterle el dedo en el ojo a quien cree su enemigo.
Los mejores análisis sobre la Venezuela de ahora mismo son los del periodista Castro Ocando, que trabaja con la sencillez aplastante de la verdad y la inteligente luminosidad de quienes saben hacer bien su trabajo. Sería deseable que muchos cubanos se suscribieran a su insoslayable blog de análisis.
Recientemente, Ocando alertaba de la coyuntura adversa del tardochavismo frente a Estados Unidos, donde sería menos complicado pactar con la residual Administración Biden que con un Donald Trump triunfante; aunque ya sabemos que la política hace extraños compañeros de cama, que nunca, jamás, es hasta dentro de cinco minutos y fabrica judas como Juan González; principal ejecutor del reblandecimiento USA frente a la dictadura chavista; tras la decepción que provocó en Washington los manejos empresariales de su tocayo Guaidó y su equipo.
Leyendo y oyendo a muchos cubanos, cualquiera creería que el domingo serán libres o mártires, que puede acabarse el mundo o alumbrar un nuevo amanecer; excesivo razonamiento, tipico de personas mal educadas por un sistema teológico de inspiración jesuita y afan evangelizador.
Quienes apoyan a lo que queda de revolución, se alinean con Maduro y los que detestan al gobierno cubano, con Edmundo González Urrutia y María Corina Machado Parisca y esta fórmula maniquea se repite con Rusia y Ucrania, Israel y Palestina, etcétera, etc.
La novedad politica en el drama bolivariano es que hasta dirigentes de izquierda como Lula Da Silva, Petro, Arce o Boric -con diferentes matices e intensidades- han advertido a la camarilla venezolana que, si pierden, deben irse y renunciar a cualquier reacción violenta. En este caso, sus advertencias no obedecen únicamente a sus convicciones, sino también al hartazgo que provocan en sus países y ciudadanos, la arribazón de la forzosa emigración venezolana.
La casta verde oliva y enguayaberada ya tiene descontada una posible derrota en Venezuela de su obediente instrumento, y lleva algunos años diversificando sus fuentes abastecedoras de petróleo, especialmente desde que la ruina venezolana impidió seguir con el ejercicio del tumbe, verdadera ideología del castrismo.
La penetración castrista en Venezuela es metástasis desde los días estruendosos del caudillo Hugo Chávez, a quien Fidel Castro se lo comió por una pata, ensalzando su descomunal ego: «Hugo, cuando pasen cincuenta años, los pobres del mundo peregrinarán hasta la casita donde naciste…» (Leer las memorias de Luis Miquelena).
Maduro tragó en seco, cuando el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, votó a favor de Guyana en una cumbre de la CARICOM por el conflicto del Esequibo y luego apoyó al pequeño estado caribeño en Naciones Unidas y sus sistema multilateral.
Contrario a la palucha del Palacio de la Revolución, las relaciones internacionales son intereses puros y duros y una disciplina en la que no caben la ética ni los principios, pues se cambia de política exterior, según convenga a los mandarines de turno, que están más aislados que nunca en la arena internacional y se aferran a salves selectivos de Viet Nam. Corea del Norte, Irán, China y Rusia.
Mientras buena parte de los cubanos sigan apostando por la caída de regímenes ajenos -como fórmula para liberarse del yugo verde oliva- la dictadura seguirá coleando porque ya consiguió sobrevivir a la caida de la URSS y el CAME, cuando nadie daba ni un quilo prieto por la barba de Castro.
La revolución pendiente sigue siendo un movimiento con todos y para el bien de todos los cubanos; excepto represores con las manos manchadas de sangre por activa o por pasiva, que deberán ser juzgados con normas jurídicas democraticas y más cercanas al espíritu de Nuremberg que a los procesos de Stalin y Mao.
El nuevo liderazgo cubano deberá ser justo, incluyente y pragmático para incluir en la revuelta a cuantos mujeres y hombres de bien sea posible, como hizo la Concertación Democrática chilena frente a Augusto Pinochet en el Referéndum que decidió la suerte política del dictador.
La única coalición política efectiva frente al tardocastrismo deberá juntar a cubanos de todas las sensibilidades ideológicas, bajo la premisa de renunciar todos a sus exigencias más extremas para que Cuba sea la ganadora, sobre todo en la actualcoyuntura, cuando la nación corre un serio riesgo de desaparición.
El lunes o cuando se conozcan los resultados electorales en Venezuela, la vida seguirá peor en Cuba, donde un pueblo noble sufre las embestidas de un grupito sectario, comelón y violento, empeñado en seguir esquilmando a los cubanos, incluida la solidaria emigración que -paradójicamente- financia embajadas y consulados que los desprecian y tragan en seco, cada vez que deben socorrer a sus familias-rehenes en la isla.
Ojalá que pierda Maduro, pero también sería deseable que muchos cubanos renuncien al tableteo de ametralladoras y apuesten por el goce de la discrepancia plural, sin intentar evangelizar a su interlocutor, aunque crea que es su enemigo; fórmula muy rentable para quienes detentan el poder.