Irán Capote
Pinar del Río.- Mi historia debe ser contada por las casas que he habitado. Perdí la cuenta de cuántas han sido a lo largo de estos diez años. Al principio era agotador entrar en una, reparar e inyectar mi energía sin que la casa dejara ser lo que era en su esencia antes de que yo apareciera.
Con el tiempo he aprendido a domesticarlas. He aprendido a dialogar con ellas y saber con qué se siente complacida cada una. Con el tiempo también ellas han aprendido a complacerme.
Hay una extraña poesía ahí porque cada casa tiene una historia que te precede, una memoria inscrita en sus paredes y en los bordes, en cada esquina, en cada rodapié, en cada baldosa del suelo o la meseta.
Mis valijas se han ido llenando con rastros de cada una. He podido escribir obras distintas en cada una de ellas. Y también en el lapsus de tiempo entre una y otra.
Pudiera explicar la forma en la que me enamoro y voy poniendo una marca mía sobre sus grietas, sus ventanas rotas o sus desagües…
Habitar una casa cada cierto tiempo es una historia de amor, sí, no cabe dudas. Sabes que será finito, sabes que llegará el día en que la casa te diga que ya no te quiere y tienes que salir. La relación de ambos habrá terminado y otra estará esperando por tus caricias. Pero mientras dure, han de ser muy felices. Mientras dure, han de reparar ambos sus viejas heridas con belleza y cemento.