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Quiero recordar que César Valdés fue el que frenó sobre el terreno del Candem Yard, en Baltimore, a un cubano que salió con una bandera cubana a pedir libertad para su país, en un gesto lindo y genuino, que el mastodóntico árbitro coartó, con la intención de granjearse las simpatías de Fidel Castro, quien lo premió con un Peugeot nuevo, a cambio de un Lada, también nuevo, que tenía por entonces.
También fue César Váldés quien golpeó a traición al ya desaparecido periodista de Granma Sigfredo Barros, solo porque el cronista, como 20 años mayor y con 100 libras menos, escribió un día en el referido periódico que «el segundo lanzamiento me pareció más estrike que el primero». Si no aparecen compañeros suyos, aquel día el ahora jefe de Reglas y Arbitrajes mata al periodista.
Sin embargo, no pasó nada, absolutamente nada. Barros estaba machucado y conmocionado y no hizo la denuncia; la dirección de Granma, que recibió una llamada urgente del entonces presidente del INDER Humberto Rodríguez no movió las manos, ni hizo denuncia, y Rodríguez, que regresó urgente del exterior, le prometió a Sigfredo que lo incluiría en todas las delegaciones que acompañaran a la selección de béisbol.
La Unión de Periodistas se lavó las manos y César Valdés estuvo en su puesto hasta que Higinio Vélez, cansado, lo mandó a casa. Todo eso después de haberse enemistado también con su gran amigo Víctor Mesa, quien, al parecer, le dio la espalda para siempre. Y no tuvo más remedio que volver a Villa Clara. Incluso, cuando trabajaba en Santa Clara, se robó los aires acondicionados de los albergues de la Academia, pero también se lo perdonaron, como pasa en Cuba con todo el que tiene padrino.
Luego de algunos años, bajo la influencia de Juan Reynaldo Pérez y con la aprobación -y tal vez un empujoncito del llamado presidente del país, volvió a la ‘comida’, a la Comisión Nacional, y no sale de una para entrar en otra, con declaraciones altisonantes en las que siempre aparece como el salvador de todo, sin responsabilidad en nada, algo que siempre suelta sobre el resto.
Ahora han culpado a varios, por una decisión suya, como acaba de explicar Charles Díaz, uno de los perjudicados en el caso del árbitro que le cambiaron el nombre para que la afición no la emprendiera con él por errores anteriores.
Lo cierto, la Serie Nacional es un circo, y las palabras del excéntrico relator Reinier González, aunque burdamente dichas, son una muestra de lo que verdaderamente ocurre con el béisbol en Cuba.
Y claro, la mayor parte de las culpas no son de César Valdés, ni mucho menos. Los verdaderos culpables son los Castro, que acabaron con la Liga Profesional, impidieron a los jugadores de la isla salir a jugar fuera y durante muchas décadas se cebaron hasta con las familias de los que dejaban el país, pero a personajes como el jefe de los árbitros hay que desenmascararlos siempre, y no parar hasta sacarlos de cualquier lugar donde estén, porque constituyen todo lo malo que no puede haber en el deporte.