LA SOCIEDAD CUBANA Y EL DAÑO ANTROPOLÓGICO

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFELA SOCIEDAD CUBANA Y EL DAÑO ANTROPOLÓGICO
Mauricio de Miranda
Cali.- La sociedad cubana padece de gravísimos males. Como dijera el ya fallecido Monseñor Pedro Meurice Estiú hace muchos años, y como después han mencionado diversos académicos cubanos, sufrimos un «daño antropológico».
Ese daño antropológico tiene innumerables manifestaciones y una de ellas -y muy importante- es el miedo. El miedo paraliza. Y en un régimen totalitario y dictatorial como el cubano -sí, porque creo que es imprescindible que le llamemos a las cosas por su nombre-, el temor se padece por la posibilidad de la represión directa y brutal, como la que sufrió hace unos días Alina Bárbara López Hernández, hasta otras formas de más «sofisticadas» como la pérdida de trabajos, la expulsión de centros universitarios o de investigación, pasando por el exilio forzado o por la imposibilidad de regresar al país de quienes viajan temporalmente o incluso algo tan abyecto como es reprimir a familiares de quienes levantan su voz contra lo que consideran injusto.
Yo me moriré defendiendo los ideales que inspiraron la Revolución Cubana, la verdadera, la originaria, que representaba las esperanzas de la mayor parte de la población.
Esos ideales originales nada tienen que ver con la expropiación de los negocios privados de quienes los habían construido a punta de esfuerzo y de trabajo honesto; ni con la estatización de la economía, ni con la ideologización de la educación y la cultura; ni con el sometimiento de toda la sociedad a un Partido y muy especialmente a su dirigencia -porque el Partido no es tal, es su dirigencia la que hace y deshace, como en cualquier régimen autoritario, y por supuesto la militancia lo permite-; y mucho menos tienen que ver con la represión de las ideas y de los seres humanos que disienten en el ejercicio legítimo de las libertades y los derechos humanos por los que se hizo esa Revolución.
La Revolución Cubana de 1959 fue la respuesta de muchas mujeres y hombres sencillos -y hasta anónimos- a la necesidad de instaurar en nuestro país una democracia verdadera, un Estado de derecho, justicia social y disfrute pleno de las libertades civiles. Ya sabemos que eso no ocurrió. Y antes de que se me reclame que si el acceso libre y gratuito a la enseñanza o la educación no es justicia social, mi respuesta es que no, eso es solo una parte de la justicia social, porque esta incluye de una forma muy importante el desarrollo pleno de las personas y si disentir es razón para que alguien pierda su trabajo o incluso sea expulsado de las aulas bajo el principio de que «la Universidad es para los revolucionarios», entonces no existe justicia social.
Y creo que muchos somos corresponsables -unos con acciones y otros con el silencio-, no importa la edad que tuviéramos cuando todo esto se fraguó y se consolidó, porque creímos que de esa forma se salvaba la Revolución de la amenaza externa, que ha sido real y que sigue siendo el principal argumento hoy en día para que quienes dirigen el país hagan y deshagan, cometan errores de política económica y no respondan por ellos, u ordenen el atropello de unos cubanos por otros (vergonzoso para quienes se prestan para semejante bajeza) pasando por encima de la Constitución y las leyes que ellos mismos forjaron. No nos dábamos cuenta que la Revolución había dejado de existir desde hacía mucho tiempo. Había dejado de existir desde el mismo momento en que se traicionó, sí, se traicionó, la sagrada promesa de restablecer la democracia en el país. Nos hacían falta muchas lecturas y experiencias de vida para llegar a la conclusión de nuestros errores.
Muchos hemos perdido el miedo y estamos dispuestos a asumir las consecuencias de nuestros actos. Pero mientras persista ese miedo, todas esas aberraciones respecto a las ideas originales de la Revolución seguirán corroyendo a nuestra sociedad como la metástasis de un cáncer. Y si esto no se detiene, morirá la Nación y como lo he dicho en otras oportunidades, se destruirá nuestra soberanía, no por la invasión extranjera, sino por el derrumbe como sociedad.
Estas fotos que muestran a la Dra Alina Bárbara López Hernández, golpeada y con evidentes daños físicos, son una vergüenza para quienes se autodenominan defensores de la seguridad de nuestro Estado. La seguridad del Estado no es la defensa de un gobierno. El tipo de acciones como las que se tomaron contra Alina, constituyen una afrenta a la dignidad humana, constituyen una traición flagrante a los ideales de una revolución verdadera, y de hecho constituyen una amenaza contra la seguridad del Estado que debería acoger a toda la Nación.
Sirvan estas palabras para unir mi voz a todas las que reclaman la libertad de todas las personas que guardan prisión por ejercer su legítimo derecho a la protesta pacífica.
Esto tiene que parar ya, pero para que pare es necesario levantar la voz en la defensa de la dignidad humana y por tanto, superar el miedo. Esto no tiene nada que ver con filiaciones políticas, sino con la decencia y la condición humana.

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