Por Arturo Mesa
…de la serie… (Los Atlantianos)
Atlanta.- Yo no sé de dónde saqué que el término «Melee» da la noción de mezcla, y con esa idea me arriesgué el sábado y me presenté de incógnito en un torneo de ajedrez organizado por el centro escolar que hace poco me ofreció una contratica. ¿Qué podía suceder?
Antes de llegar, revisé las bases y me di cuenta de que el jugador de más rating era yo; no por mucho, pero sí lo era. La idea era que me fueran conociendo, además de ir familiarizando con los niños que debía trabajar.
Cuál no fue mi sorpresa cuando llego y solo veo niños en el primer salón al que entro. ¡Ay, Dios! Para colmo, la mayoría eran indios, asiáticos o medio eslavos.
En mi experiencia, estos chamas suelen ser sanguinarios, crueles, despiadados, diabólicos e infernales nada más que de sentarte contra ellos. Sobre todo, cuando saben que el oponente tiene algo más de rating que ellos mismos. Es como si tuvieran un pastel de coco al otro lado del tablero y hasta que no se chupen los dedos (luego del pastel) no paran.
¿Usted está inscrito? , me dice la organizadora.
Al Melee, sí.
Ah no, eso es al frente, me responde.
Ufff, menos mal, me dije, porque uno sabe bien lo brutales que suelen ser esas bestias.
Cruzo el pasillo y entro al otro salón.
-¿Este es el Melee?
-Sí.
También hay niños por todas partes, el más grande creo que no llegaba a 15 años. «Aquí me masacran igual», me digo, y me quedo con la esperanza de que llegue algún adulto, lo cual jamás sucedió.
Comienza la pasión. El primer monstruo me va arriba como si en ello le fuera la merienda escolar. Salvaje, animal, desalmado, cruel abusador de quien pudiera ser hasta su abuelo. Pero me imagino que si ese monstruo entiende de finales como de aperturas, ya debería estar jugando el Nacional, así que lo llevo a un final en el que yo estoy mucho peor a ver si se equivoca y se equivocó; a los pocos minutos se rinde. Phewww…Al menos ya tengo un puntico.
El segundo demonio me restringe a la séptima fila (literalmente) y no hay nada que pueda hacer, pero no se tiene confianza (o me sobreestima –me gustaría trabajar con él–) y me ofrece tablas… ¡Muchacho, pero claro! Ufff ya tengo 1.5.
El tercero cae en una red de ataque típica de una Ruy López y muere pronto.
Y el último, temerario animal, me lleva a un medio juego tan abierto que la piedra te podía caer por cualquier flanco y a mí ya me dolía demasiado la cabeza. ¡Tú verá que este tipo me va a combinar! Pero en un momento determinado, no hace la exacta (hasta a mí me dieron ganas de matarlo porque ya le iba a estrechar la mano) y se vira la tortilla. Aguántate ahora malévolo abusador de ancianos. Y le gané.
De premio había sus kilitos por medio y con tres y medio de cuatro es casi imposible no ganar el torneo. Entonces, se me acerca la organizadora y me pregunta si yo era el nuevo contratado.
Uf, me descubrieron, ¡qué vergüenza!, venir desde una isla maléfica a quitarle premios a los tiernos infantes.
Y me sincero con la mujer: Mire, yo no tenía la intención de jugar contra niños, pero las bases decían que era un torneo “Melee” y por eso me anoté. En mi inglés isleño “Melee” es mezclado.
No, no hay problemas, me dice ella. El premio se lo ganó y se lo ponemos en el primer cheque. Ah y «Melee» sí es mezclado lo que es mezclado de una escuela con la otra y de un condado con el otro. ¿Entiende, profe?