HOY EN LA HISTORIA: RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO

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Por José Walter Mondelo
La Habana.- Hoy cumpliría 96 años el gran pensador, novelista, ensayista, gramático y lingüista español Rafael Sánchez Ferlosio. Sus novelas (Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951), El Jarama (1956), El testimonio de Yarfoz (1986), y sus volúmenes de ensayos (Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado (1986), Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (1993), Sobre la guerra (2007), Qwertyuiop. Ensayos IV (2017) y Borriquitos en chándal (2023), los que lo convirtieron en el mayor prosista español del siglo XX. Comparto algunas de sus irreverentes y sarcásticas reflexiones.
V. La execrable jerga pedagógica moderna ha introducido recientemente la horrísona palabra «motivar». Al chico —ya pasaba en mis tiempos, aunque tal vez no hasta el extremo de hoy— no se consigue que le interese el contenido de las asignaturas por sí mismas, o sea el objeto que se le quiere dar a conocer (digamos la formación geológica de la corteza terrestre, con esas mismas costas o montañas a donde está deseando irse a veranear, para retozar por ellas como un borriquito con chándal). Entonces, no para crear en él un interés auténtico por el objeto en sí —interés que en el objeto mismo tendría su único motivo y hallaría su propia recompensa—, sino para remediar esa falta de interés con un sustitutivo que lo estimule a aplicarse, a despecho de su fobia, en el estudio de la asignatura, para obtener a la postre un resultado de conocimiento que solamente una pedagogía ignara o francamente falaz y deshonesta podría pretender equivalente al resultado de conocimiento obtenido a partir de un verdadero interés por el objeto, entonces, digo, se lo somete a la terapia sintomático-behaviourista de crearle o aplicarle, como de costado, alicientes exteriores capaces de «motivarlo» o, con aún más horrísona palabra, «incentivarlo» para que abra algún libro de una vez.
XVII. En el principio no fueron, ciertamente, los dioses de los cielos los que impusieron sacrificios a los hombres en la tierra, sino los sacrificios de los hombres de la tierra los que pusieron dioses en el cielo. Por consiguiente, no es que el sacrificio haya sobrevivido al cambio de los antiguos dioses, sino que es la perpetuación del sacrificio lo que demuestra que los dioses no han cambiado. ¡De nombre habrán cambiado, y de vestido; no de condición, como demuestra la renovada aceptación del sacrificio! Siguen siendo los viejos dioses carroñeros, vestidos de paisano, con los nombres de Historia o de Revolución, de Progreso o de Futuro, de Desarrollo o de Tecnología. Los mismos perros sangrientos con distintos aunque no menos ensangrentados collares. Más valía haber dejado en paz los dioses en sus cielos y quebrantado, en cambio, la mítica conexión del sacrificio, que era la fuerza que los sustentaba; ya ellos solos se habrían venido abajo desde las alturas, en vez de reflorecer y renovar sobre nosotros su cruento señorío. La Historia Universal no es sino el nombre, el disfraz y el maquillaje, tan pudorosa como fraudulentamente laicos, con que el arcaico y sangriento Yavé-Señor-de-los-Ejércitos, iam senex sed deo uiridisque senectus, circula y se las bandea hoy en día impunemente, como un viejo verde, por los salones de moda del agnosticismo. La prueba de que no es el dios el que demanda el sacrificio, sino que es, por el contrario, el sacrificio el que postula al dios la hallamos más arriba en el pasaje en que se observa cómo nunca es la Causa lo que se esgrime para justificar el sacrificio y la sangre derramada, sino siempre, por el contrario, el sacrificio, la sangre derramada, lo que se esgrime para legitimar la Causa. El sacrificio es el que crea, pues, la Causa; no ya la Causa la que promueve el sacrificio.
La función estrictamente ideológica de la pena de muerte es dar sosiego a los débiles morales, disipar la turbación de las conciencias pusilánimes, permitiéndoles sustraerse ante la mole de la entera responsabilidad social que realmente concierne pro indiviso a cada uno y debería, por tanto, afectarle. Esta función ideológica de la pena de muerte, que se alcanza ofreciendo un criterio de total seguridad para determinar que el malo es malo, el bueno es bueno, las personas decentes, personas decentes y la gentuza, gentura, obra su efecto a través de concepciones y representaciones profundamente acrisoladas.
Vendrán más años malos
y nos harán más ciegos;
vendrán más años ciegos
y nos harán más malos.
Vendrán más años tristes
y nos harán más fríos
y nos harán más secos
y nos harán más torvos.

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