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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- Yuniasky Crespo Baquero se convirtió al fin en la sustituta de Rogelio Polanco como jefa del Departamento Ideológico del Partido Comunista. Fue un nombramiento largo, estirado como un chicle pegado en la suela de un zapato, aunque no tanto como la designación del nuevo director del diario Granma, que parecía una telenoveta interminable con capítulos de relleno.
Así funciona todo en Cuba. Todo en stand by un tiempo, como si la isla fuera un avión esperando pista para despegar, pero sin combustible. Y de pronto, dos o tres acciones, para que la gente hable, o murmure, porque en Cuba ya ni se habla, se susurra. Al fin, de una tacada, con un par de movimientos casi sublimes, resolvieron lo de los dos periódicos. El director de Juventud Rebelde pasó a Granma. Y un guantanamero arribista, de esos que huelen el poder como los buitres la carroña, lo nombraron en el primero.
En todo esto estuvo Yuniasky Crespo. No se perdió un detalle. Defendió a uno. Al otro. Se opuso a que fuera un tercero. Ejercía como jefa antes, incluso, de que se hiciera público. Desde hacía meses caminaba por esos pasillos lúgubres del Comité Central con aires de dueña del cotarro, aunque mandaba más en Mayabeque, porque allí tenía más poder, más recursos y, seguramente, más testaferros.
De vez en cuando, o muy a menudo, se pasaba largas horas en la oficina de Roberto Morales Ojeda, el ramplón secretario de organización y para muchos seguro sustituto de Díaz-Canel. Algo así como una papa sin sal, pero con poder. Y La Crespo Baquero lo sabe.
Y eso le da ventaja, porque ella sabe lo que es el poder. También sabe cómo se llega a él y, sobre todo, cómo mantenerlo. Digamos que tiene mucha experiencia en eso de trepar sin mirar atrás.
Podemos decir también que nunca fue de luces muy largas para otras cosas. Eso sí, desde allá, desde la primaria Jesús Argüelles Hidaldo, del reparto Casa Piedra en Las Tunas, hasta se autoproponía para jefa de destacamento y esas tonterías que se inventaban en la escuela para adiestrar futuros burócratas.
Una vez, Nena, aquella maestra cincuentona de preciosos ojos azules, tuvo que decirle que no se autopropusiera más, que ya estaba bien. Pero Yuniasky ya había descubierto el veneno dulce del poder: que no se pide, se toma.
Desde ahí, con esas ansias y esas ínfulas, comenzó a labrar su camino político, a lo cual agregó siempre una dosis de eso que algunas mujeres emplean para subir: falta de escrúpulos para ir a la cama con el primero que le sonríe desde arriba. O desde abajo, si estaba bien plantado. El poder, al fin y al cabo, también incluye placeres.
Yuniasky quería ser una gran profesional, pero su cabeza no daba para tanto. El sueño de ser médico se esfumó. Lo de abogada ni soñarlo, porque no le daba la neurona. Entonces apeló a lo que se agarran los que no tienen de dónde agarrarse: Marxismo-Leninismo e Historia. ¡Y se graduó! Sin quererlo, estudió la carrera perfecta para seguir metida en el sistema, que es como una secta, pero con carnet.
De ahí en adelante solo se trataba de dejarse llevar. Dejarse llevar a cualquier parte, incluso a la cama. Si era alguien de arriba, mejor, porque era una garantía. Pero igual si era un buen mozo de abajo. A fin de cuentas, era solo uno más. Y el poder, ya se sabe, tiene sus compensaciones.
En Mayabeque era harto conocido su romance con el gobernador Manuel Aguiar Lamas. Era hasta escandaloso. Y allí se habla de que la ya exsecretaria del partido tenía varias mipymes, operadas todas a través de testaferros. Y que el tal Aguiar la respaldaba siempre. Le sugería nombres, le evitaba inspecciones… la protegía. Como un padrino, pero con burocracia y certificados de importación.
Sin embargo, no era San José de las Lajas el lugar que consideraba ideal para controlar, o vivir. La Habana. Su sueño era regresar a La Habana. Que la tuvieran en cuenta para puestos altos, para volver a codearse cada día con el poder. Así, en los mismos pasillos feos, oscuros y languidecientes del Comité Central, podría volver a hacer lo que siempre soñó: subir. Como una enredadera tóxica, pero enredadera al fin.