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Por Ramón García Guerra ()
La Habana.- Cuando se supo en Cuba, hace dos décadas atrás, que el mercado y el capitalismo no eran gemelos, sino que se trataba de un matrimonio que parió monstruos en el tiempo, alguien creyó que la historia se iba a repetir dando frutos mejores.
Entonces se habló de crear un «socialismo de mercado». Ahora no estoy muy seguro si fueron los perestroikos de finales de los 80s o los reformistas de mediados de los 90s, pero de eso sí me acuerdo como si fuera hoy mismo.
También le seguí la pista a la nueva sensibilidad de época que se gestó en las décadas de entre siglos y que con el tiempo se fue distanciando del Estado analógico. «Socialismo es eso», dijeron los jóvenes. ¡Cheo-con-pinga!
Así que lo mejor fue folclorizar el poder y hablar mal de los políticos; o por fin, pirarse del país y vivir la dolce vita… que además es corta.
Pasamos de los dibujos de Salvador Dalí (realismo sucio) a los relatos del Marqués de Sade (reguetón) en apenas una década.
Las cosas que pasaron en ese tiempo son muchas, pero ellos ni siquiera se han enterado de que vivimos en otro mundo. Todavía veo a gente de la vieja guardia que canta la milonga de la «Tiranía Totalitaria Stalinista»; que es como hablar mal del difunto, pero sin ofender al pariente.
Además de los casos clínicos hay otros que critican al castrismo, mientras que hablan de un «caballo muerto» que sólo existe en su imaginación o en los libros de zoología. Antes era la letanía de las leyes de la dialéctica; ahora el tema es la tripartición de poderes. ¡Son unos pesaos!
Hablo de gente disociada de la realidad. Técnicamente, son un montón de locos que andan sueltos. Dicen que van a tumbar Esto, cuando todo el mundo sabe que Esto se cayó hace rato –solo que aún Granma no dió la noticia.
Explica eso porqué el poder no responde cuando le tocan a la puerta. Porque la puerta que deben de tocar es la de una sociedad en movimiento que va creando realidades. Debemos de acompañar a esa sociedad.
Durante los últimos ocho años recorrí el mundo y aprendí a movilizar fondos, organizar proyectos de desarrollo social y comunitario, administrar empresas… Esa es la contribución que puedo y estoy dispuesto a hacer.
Sinceramente, hoy no sé a dónde es que vamos a ir a parar si seguimos a Indiana Jones en su expedición. Pero lo que sí sé es de qué lado de la historia es que debo de estar; así que espero que Dios me acoja confesado.