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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- El catedrático santiaguero René Fidel González comparó a Wilber Aguilar Bravo con «los Guillermones, los Quintines y los Maceos» y no puedo menos que estar de acuerdo con el profesor, que se ha convertido en una piedra en el zapato del castrismo.
Dice el profesor que «los muy imbéciles -en referencia a los agentes de la seguridad del Estado- creen que los Guillermones, los Quintines o los Maceo hablaban o sentían diferente que este hombre, que eran diferentes».
Yo no tengo dudas, Wilber es un hombre de este tiempo, pero si hubiera sido coetáneo con esos proceres, sería uno de ellos. Cierto que Guillermón era más alto, Maceo tal vez más refinado y Quintín más impulsivo, más delgado, más loco, o más arrestado, pero eran como él.
No tenían miedo aquellos morenos orientales que lo dieron todo por la causa de Cuba. Pusieron por delante los intereses de la patria a los suyos propios. Y Wilber hace lo mismo. Se planta ahí y habla para todos. Con la defensa de su hijo, hace más libres al resto de los presos políticos. Y a veces también nos avergüenza al resto de los cubanos por hacer silencio.
Dice René Fidel: «Que bien se ve que el conservadurismo cubano ciego de desprecio y mezquindad jamás ha podido entender que no es ira, que es afán de justicia lo que sacude con un ‘basta ya’ a los pueblos, a los indecisos y a los que ya después no paran hasta acabar con los culpables de lo inaceptable».
Que bien que el profesor santiaguero lo dice. Es otro que no se esconde, que no tiene miedo, que no le importó perder su trabajo, que era su vida, para echar una mano al resto, a los que aún no nos decidimos, a los que hacemos silencio.
Advirtió que los «doctores y académicos, no importa sus distintos grados de autenticidad, se apresurarán a descalificar la alocución de este hombre, pero tomen nota para que cuando les digan que existe un pensamiento político popular, para cuando se pregunten de dónde salió una cultura política emancipatoria que primero se sintetizó y luego se opuso a la opresión política y las injusticias, puedan venir a consultar parte de su contenido y su genealogía. Tal es la auténtica descolonización cultural».
Esas palabras van en referencia a una publicación de Wilber en la que advierte que en Cuba la ley no es pareja, porque los que abusan del pueblo tienen impunidad.
Ver acá las palabras de Wilber: (https://www.facebook.com/wilber.aguilera.146/videos/692064869845660)
«Salgan para la calle y busquen la opinión que el pueblo tiene de ustedes… salgan a ver la realidad de este pueblo. Los cubanos no estamos viviendo, estamos subsistiendo, estamos luchando por la vida», dijo.
«Todos sus maltratos quedan impunes… son abusos constantes contra el pueblo y parece que en este pueblo no está pasando nada», dijo Wilber, que tal vez no será tan elocuente como Antonio Maceo, pero tiene el mismo corazón.
Y como Wilber, también es Marta. Marta Perdomo no tiene miedo tampoco. Va y se para delante del cuartel militar donde ahora se enconden los dirigentes del Partido Comunista en San José de las Lajas, y reclama libertad para sus hijos.
Hace unos días hablé con un amigo que habla a menudo con Marta. Y me contó que un día le había preguntado a sus hijos si creían conveniente que ella dejara de hacer denuncias, porque, tal vez, la tiranía se ensañaba más con ellos.
La respuesta no pudo ser más digna: «No pares nunca, Mamita», le dijeron los hermanos Jorge y Nadir. Y la madre no ha parado. Ella sabe que la espían, que la acechan, que buscan un motivo para hacerle una causa, pero es una mujer valiente, como una Mariana Grajales de estos tiempos.
Wilber es un héroe. Un héroe de Cuba, y no cómo esos que pasaron dos meses en una escaramuza y luego fueron a vivir la vida por más de medio siglo. Este hombre pelea desde hace cuatro años, cada día, cada noche. Se ha vuelto un pilar, alguien a quien admirar.
Por eso, cuando van a detenerlo lo hacen con un alarde de fuerza tremendo y sin mirarle a los ojos, como tampoco le miran a los ojos a Marta Perdomo, ni se los miraron a las hermanas Garrido.
Todos estos están en mi altar. Y me postro ante ellos con todo el rogullo del mundo. Sus hijos y los cubanos de bien no podemos menos que sentir orgullo de contar con personas así.