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Por Luis Alberto Ramirez.
Cuando un gobierno exhorta a sus ciudadanos a usar recursos de la naturaleza y a recurrir a prácticas curanderas ancestrales para curar enfermedades, no hay que ser experto para entender que el sistema sanitario de ese país está en pañales o, peor aún, completamente colapsado. Tal es el caso de Cuba, donde el régimen de La Habana, en su afán de sostener un discurso triunfalista, insiste en presentarse ante el mundo como una “potencia médica”, mientras sus hospitales se caen a pedazos, los medicamentos escasean y la población se ve obligada a improvisar remedios con hojas, alcohol y agua hervida.
La más reciente muestra de este absurdo vino de la viceministra de Salud Pública, Carilda Peña, quien en televisión nacional recomendó a los cubanos recurrir a “métodos tradicionales” para combatir al mosquito Aedes aegypti, transmisor del dengue, el zika y el chikungunya. Entre sus “sabios consejos” mencionó hacer humo con cáscaras de cítricos o fabricar repelentes caseros, una propuesta que más parece salida de un manual de supervivencia que de una autoridad sanitaria del siglo XXI.
Lo que no dijo la viceministra es por qué el Estado no garantiza los insecticidas necesarios, por qué los hospitales no tienen agua, o por qué los pacientes deben llevar sus propios insumos, desde gasas hasta jeringuillas, todo esto adquirido en las tiendas en dólares del estado o recibidas por la canasta básica del exilio cubano que, de no asistir en todo al pueblo subyugado, ya se hubieran extinguido pal caraj…. Tampoco explicó el silencio oficial respecto a la exportación de miles de médicos cubanos, convertidos en fuente de divisas para el régimen, ni habló del contrato con Guyana, donde se intercambia combustible por medicamentos mientras los ciudadanos de la isla sufren la escasez más severa de fármacos en décadas.
La realidad es que el gobierno cubano ha convertido su sistema de salud en un negocio internacional, un escaparate diplomático para obtener recursos y prestigio exterior. En cambio, dentro del país, el ciudadano común enfrenta una crisis sanitaria que ya no puede ocultarse con propaganda ni discursos de resistencia. Las enfermedades tropicales reaparecen con fuerza, la mortalidad infantil aumenta silenciosamente y los hospitales se han transformado en espacios de carencias, no de cuidados.
El llamado a “hacer humo con cáscaras de cítricos” no es un gesto de sabiduría popular ni de rescate de tradiciones, sino un reconocimiento implícito del fracaso. Es la confesión de que el sistema de salud cubano, se ha convertido en un espejismo mantenido por la propaganda y sostenido por el sacrificio de un pueblo enfermo, literalmente y en sentido figurado.
Mientras la cúpula gobernante se vanagloria de exportar médicos y firmar contratos con otros países, el pueblo cubano queda reducido a la medicina de la desesperación: el humo, las hierbas y la fe (familiar en el extranjero). Un país que se cura con cáscaras de naranja y con humo de cascara de limón, no puede alardear de salud, y mucho menos proclamarse como potencia médica mundial. Y eso, más que una metáfora, es una trágica realidad.