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Por Luis Alberto Ramirez ()
La versión oficial que se ha repetido por décadas sostiene que un pequeño grupo de guerrilleros mal armados y peor alimentados, liderados por Fidel Castro, logró derrocar a un régimen militar bien estructurado. Este régimen tenía recursos, aviones, tanques y miles de hombres bajo su mando.
Sin embargo, esta narrativa romántica de David contra Goliat, de la Sierra Maestra al Palacio Presidencial, oculta aspectos cruciales. Estos aspectos permiten otra interpretación más realista, aunque incómoda. La Revolución Cubana no habría triunfado sin la intervención, pasividad o incluso el respaldo táctico de los Estados Unidos.
Fulgencio Batista contaba con uno de los ejércitos más grandes y profesionalizados de América Latina en ese entonces. Sus fuerzas armadas eran superiores en número, logística y armamento al grupo reducido de insurgentes en la Sierra. Y sin embargo, se desmoronaron con una facilidad sospechosa.
La moral del ejército estaba deteriorada, sí, pero no lo suficiente como para explicar por sí sola una caída tan rápida. La deserción generalizada, la falta de órdenes claras e incluso la retirada deliberada de algunas unidades militares apuntan a algo más profundo. Esto indica la posibilidad de que factores externos influyeran en el resultado.
Estados Unidos había sido el principal sostén del régimen de Batista, pero hacia 1957–58 la administración Eisenhower comenzó a distanciarse. Se impuso un embargo parcial de armas al gobierno cubano y se inició un viraje diplomático.
Las razones oficiales apuntaban a las violaciones de derechos humanos por parte del régimen. Sin embargo, las dictaduras aliadas con Washington nunca fueron juzgadas con el mismo rigor. Lo cierto es que dentro de los círculos de inteligencia norteamericanos se percibía a Batista como un aliado agotado e incómodo.
Por otro lado, la figura de Fidel Castro no era vista, en sus inicios, como un enemigo. A diferencia de lo que se diría después, en sus primeras entrevistas y comunicados, Fidel negaba ser comunista. El propio Herbert Matthews, periodista del New York Times, contribuyó a legitimar su imagen ante el público estadounidense como un «reformista idealista».
Mientras tanto, sectores dentro del Departamento de Estado y la CIA tenían una posición ambigua. No buscaba detener del todo el avance rebelde. Posiblemente, querían facilitar un cambio de poder que respondiera mejor a ciertos intereses geopolíticos y económicos de la región.
Otra evidencia sugestiva es la rapidez con la que Estados Unidos reconoció al nuevo gobierno revolucionario. Esto ocurrió apenas 6 días después del triunfo del 1 de enero de 1959.
¿Por qué una superpotencia que tenía tanto que perder ante un cambio tan abrupto se apresuró a legitimar a Castro? Una interpretación posible es que Washington asumió, o incluso apostó, que Castro mantendría el modelo capitalista. Este modelo tendría una cara más populista, sin alterar las estructuras fundamentales del poder económico en la isla.
No fue hasta más tarde, tras la radicalización del proceso, la confiscación de empresas estadounidenses, y el acercamiento de Cuba a la URSS, que Estados Unidos cambió su postura. Entonces, se consolidó la hostilidad entre ambos gobiernos. Pero para entonces, la revolución ya era irreversible. Los mismos que antes habían facilitado su ascenso, comenzaron a tratar de contener sus efectos.
Reducir la Revolución Cubana a una gesta heroica desconectada de las dinámicas internacionales es una visión ingenua o deliberadamente incompleta. El éxito de Fidel Castro y sus guerrilleros no puede entenderse sin el contexto de la Guerra Fría. Además, está influenciado por la política de desgaste contra Batista y las decisiones estratégicas tomadas en Washington.
De hecho, no es exagerado afirmar que la Revolución Cubana, en su origen, es también una consecuencia de la política estadounidense. Esta influencia fue por acción, por omisión y, quizás, por diseño.
Una vez más, como en tantos episodios de la historia latinoamericana, la intervención de potencias extranjeras no se hace con uniformes y tanques. En cambio, se hace con silencios diplomáticos, maniobras económicas y apuestas geopolíticas encubiertas.
Y en este caso, esa intervención silenciosa colocó a Fidel Castro en el poder, con todo lo que eso significaría para Cuba… Cuba, créalo o no, fue un experimento americano que se escapó del laboratorio y ha hecho más daño que el COVID 19.