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Una cita con la prehistoria: la cena científica que revivió un instante de la Edad de Hielo

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En 1979, en las frías tierras del norte de Fairbanks, Alaska, unos mineros de oro detuvieron sus picos al sentir algo duro, algo antiguo… algo imposible. No era roca. Era historia.

Ante ellos emergía Blue Babe, un bisonte estepario momificado que había dormido bajo el hielo durante cincuenta mil años. Su piel endurecida tenía un tono azulado, producto de los minerales que lo habían preservado. En su lomo quedaba grabado su último instante: marcas profundas de garras y dientes. Había sido cazado por un león norteamericano, un gigante de la Edad de Hielo, un 25% más grande que los leones actuales. El felino lo abatió, lo desgarró… y entonces llegó el frío eterno. La carcasa, congelada de inmediato, quedó a salvo incluso de los carroñeros.

Décadas después, en 1984, los científicos que estudiaban al animal tomaron una decisión que parece salida de una novela de aventuras: probar el sabor del Pleistoceno.

Durante una cena casi ritual, el profesor R. Dale Guthrie y su equipo cocinaron un pequeño trozo de carne del cuello del bisonte. Era la única parte que había quedado completamente fresca antes de congelarse: el león había devorado casi todo, salvo esos restos adheridos al cráneo.

La prepararon como un estofado sencillo: caldo, verduras y un dado de carne de cincuenta milenios.

Guthrie lo describió así: > “La carne estaba bien curada, un poco dura… con un fuerte aroma a Pleistoceno.”

Otros presentes lo recordaron de otra manera: olor a res, tierra húmeda y un toque a champiñones.

En aquella mesa, doce personas comieron algo que ningún ser humano vivo había probado antes… ni volverá a probar jamás. Un fragmento de un mundo perdido. Un sabor detenido en el hielo desde la última Edad de Hielo.

Esa noche celebraron no solo el trabajo científico, sino el extraño privilegio de compartir un estofado que un depredador gigantesco empezó y el hielo terminó.

Blue Babe sigue expuesto en la Universidad de Alaska. Pero un pequeño trozo de él —y de un tiempo en que leones gigantes cazaban bisontes bajo auroras cien veces más brillantes que las nuestras— vive en la memoria de quienes, por un instante, cenaron con la prehistoria. (Tomado de Datos Históricos)

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