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Por Max Astudillo ()
LA habana.- Hay presidentes que nacen para hacer historia, otros para dar discursos, y unos pocos, como Díaz-Canel, para rellenar fotos.
En la Plaza Tiananmen, durante la conmemoración de los 80 años de la victoria contra el fascismo y Japón, el mandatario cubano fue colocado tan lejos de los líderes principales que parecía estar esperando en la cola de un baño público. La cámara lo buscaba y no lo encontraba: aparecía desenfocado, como un error de edición.
Es la segunda vez que le pasa en pocos meses. En mayo, en la Plaza Roja de Moscú, lo sentaron tan al fondo que ni el Google Earth tenía clara su ubicación. Mientras Putin, Xi y otros líderes acaparaban los focos, Díaz-Canel estaba en modo figurante, como esos invitados de boda que ni la novia recuerda haber convocado. Un hombre invisible al que solo delatan el pin rojo en la solapa y la sonrisa de quien lleva toda la tarde aguantando bostezos.
Su papel en estos eventos es el de la planta decorativa: está, ocupa espacio, pero no influye en nada. Uno sospecha que lo ponen en esos lugares por pura logística, para que alguien tape el hueco que queda en la esquina del protocolo. Lo miras y entiendes que no fue a “representar a Cuba”, sino a evitar que la foto oficial quedara coja. Canel es Photoshop en versión carne y hueso.
Lo tragicómico es que parece resignado. No hace gestos, no reclama, ni siquiera fuerza un saludo con los de arriba. Su rostro transmite la paz de quien ya asumió que nunca le tocará estar en primera fila, que su destino es el del eterno extra. Se ha convertido en un profesional de la nada: nadie espera nada de él, y él cumple esa expectativa con disciplina marcial.
Mientras tanto, en Cuba, la prensa oficial convierte esos viajes en epopeyas diplomáticas. Hablan de “importantes reuniones” y “espacios de diálogo” cuando en realidad su presidente estuvo más cerca del técnico de sonido que de Xi Jinping. Es como contar que fuiste al concierto de los Rolling Stones y callarte que tu asiento estaba detrás de una columna.
Lo de Tiananmen confirma lo de Moscú: Díaz-Canel no es un líder internacional, es un testigo. Un señor que aparece en los actos solemnes como quien se cuela en un funeral ajeno: viste traje, mantiene la compostura y sonríe lo justo, pero nadie recuerda su nombre cuando se acaba la ceremonia. Un presidente que hace bulto, sí, pero ni siquiera del bueno.