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UN PAPA DIPLOMÁTICO, UN RÉGIMEN MUDO Y UNA CUBA QUE NO OLVIDA

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Por Oscar Durán

La Habana.- La dictadura despidió este lunes al papa Francisco sin mencionar lo más importante: su papel clave en acercar a La Habana y Washington, cuando todo parecía imposible. El régimen, fiel a su costumbre de invisibilizar lo que no le conviene, evitó referirse al trabajo diplomático que el pontífice argentino lideró desde el Vaticano para que, en 2014, los gobiernos de Barack Obama y Raúl Castro anunciaran el restablecimiento de relaciones.

Fue Francisco quien, a pocos meses de asumir como jefe de la Iglesia Católica, impulsó ese diálogo entre enemigos históricos. Un deshielo que luego interrumpió Donald Trump, pero que mostró de qué es capaz la diplomacia cuando hay voluntad. Y sí, el Papa lo dijo claro: “Esto ha sido posible gracias a los embajadores y a la diplomacia”. Pero una década después, el gobierno cubano sigue actuando como si nada hubiese pasado.

La omisión no es casual. Porque aceptar el rol del Papa en ese capítulo implicaría reconocer que Cuba también necesita ayuda para dialogar, para abrirse, para ceder. Y ese no es un lenguaje que le guste al poder. Prefieren palabras huecas como “cercanía”, “cariño” y “esperanza”, sin mencionar una sola vez que fue Francisco quien ayudó a sacar a la isla de la lista de patrocinadores del terrorismo, apenas días antes de que Biden dejara la Casa Blanca.

Mientras tanto, la disidencia cubana fue mucho más clara. Reconocieron que el Papa jugó un rol positivo en las relaciones con Estados Unidos, pero también criticaron que nunca fue firme en la defensa de los derechos humanos en la isla. Y tienen razón. Francisco pudo hacer más. Pudo alzar la voz por los presos políticos, por los jóvenes encarcelados tras el 11J, por las familias que siguen esperando justicia. Pero eligió el silencio diplomático. Un silencio que duele.

Durante su visita en 2015, se reunió con Fidel Castro, le regaló un libro y bendijo un acto de indulto masivo a más de 3.000 presos comunes. Sin embargo, nunca se pronunció sobre los presos de conciencia. Ni siquiera ahora, que su muerte deja un legado a revisar, el Vaticano ha hecho referencia a esos silencios.

Mientras el gobierno cubano insiste en las florituras del protocolo, la mayoría del pueblo —ese que sufre apagones, represión y escasez— sigue esperando que alguna figura internacional se atreva a nombrar la herida: en Cuba no hay libertad, ni justicia, ni derechos. Y cuando un Papa que pudo decirlo todo, opta por la discreción, el régimen aplaude… y el pueblo calla. Por miedo, por frustración, por resignación.

Pero no olvida. Porque en Cuba, la memoria también es una forma de resistencia.

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