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Un apagón llamado caldera

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Por Redacción Nacional

Cienfuegos.- Que un Singa’o como Miguel Díaz-Canel vaya a Cienfuegos y te resuman por el noticiero. Que el problema de la termoeléctrica Carlos Manuel de Céspedes es por culpa de una caldera. Entonces nos damos cuenta de que el problema de la electricidad en Cuba no es técnico. Es la radiografía de un país que se va apagando a pedazos.

Desde diciembre de 2024, esa máquina quedó fuera del sistema electroenergético nacional. Con ella, el 14 % de la generación eléctrica del país se esfumó como humo en el aire. Una nación que depende de una caldera para no colapsar está condenada a vivir al borde del abismo.

Díaz-Canel, en su acostumbrado recorrido turístico por provincias, llegó este viernes hasta la planta a “evaluar la ruta crítica”. Palabras vacías. La ruta crítica del pueblo es otra. Deben sobrevivir a los apagones interminables, al calor pegajoso sin ventilador y a los mosquitos que se ríen del repelente. El mandatario repite la misma puesta en escena. Camina, pregunta, escucha explicaciones técnicas que ni entiende ni resolverá. Y se marcha con la prensa oficial aplaudiéndole, como si con eso regresara la luz.

Las termoeléctricas son fósiles del socialismo

El apagón no es un accidente aislado; es la consecuencia de décadas de desidia. Las termoeléctricas cubanas son fósiles del socialismo. Son máquinas viejas que no soportan la sobreexplotación ni el mantenimiento a medias. Se revientan, como se revienta la economía, como se revienta la paciencia del pueblo. El gobierno culpa al bloqueo, a la sequía, al sol que sale todos los días. Nunca se mira al espejo para reconocer que el colapso energético es el hijo legítimo de su propia ineficiencia.

Mientras tanto, la visita del presidente se disfraza de sensibilidad social. Un hospital, una finca agroecológica, unos campesinos sonrientes. Escenarios bien calculados para ocultar la tragedia real. Que en cualquier momento el país entero puede quedar a oscuras, porque una caldera en Cienfuegos decidió rendirse. Los discursos oficiales hablan de resiliencia, de creatividad, de esperanza. Lo que no dicen es que esa resiliencia no enciende bombillos, ni conserva vacunas, ni cocina el arroz en la olla eléctrica.

La verdad es brutal: el sistema eléctrico cubano está en terapia intensiva, y cada apagón es un aviso de defunción. Los dirigentes lo saben, pero prefieren posar para la cámara antes que dar soluciones. En diciembre de 2024 no se apagó una caldera; se apagó otra ilusión más de un pueblo acostumbrado a sobrevivir en penumbras. Y como todo en Cuba, la chispa que falta no está en los cables ni en las turbinas. Está en la gente que ya no cree en promesas ni en visitas presidenciales.

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