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Por Luis Alberto Ramirez ()
El reciente triunfo de un candidato musulmán de izquierda en las primarias demócratas de Nueva York, Zohran Mamdani, es respaldado por figuras como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortés. Esto refleja una tendencia clara dentro del Partido Demócrata.
Constituye un giro constante hacia posturas más radicales. Además, se observa una apertura a corrientes ideológicas que, en algunos casos, han demostrado ser hostiles a los valores tradicionales de Occidente y la democracia liberal.
Que este candidato haya vencido con más del 30 por ciento frente a nueve aspirantes del mismo partido no solo indica una fragmentación interna. También muestra una consolidación del ala izquierdista como fuerza dominante.
El partido parece ceder espacio no solo a nuevas identidades y discursos, sino también a narrativas que toleran o promueven visiones profundamente contrarias a los principios que han sostenido a las democracias occidentales. Disfrazadas de justicia social o inclusión, estas narrativas desafían la libertad individual, el pluralismo, y la separación entre política y religión.
Este fenómeno debería invitar a una reflexión seria sobre hacia dónde se dirige el partido. También sobre qué consecuencias puede tener para el equilibrio institucional y cultural de Estados Unidos.
¿Se está perdiendo el centro político? ¿Hasta qué punto puede una democracia sobrevivir cuando acoge dentro de sí a ideologías que la cuestionan desde sus fundamentos?
La diversidad no puede convertirse en una coartada para debilitar los valores que permiten precisamente esa diversidad. Radicalizarse el partido demócrata como lo está haciendo, es como inocular un cáncer terminal en un cuerpo sano.