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(El autor de este texto prefiere permanecer en el anonimato)

La Habana.- Ulises, Ulises… con la misma voz con la que cantas La Bayamesa sales ahora a hacer un coro de ditirambos para la plana mayor del Ministerio de Cultura. Te leo y no sé si estoy ante un acta notarial de pureza revolucionaria o ante la lista de invitados a una cena en La Habana donde, por lo que cuentas, solo se sirve honestidad a la plancha y honradez al horno.

Cuarenta y dos años en la Cultura te dan autoridad, es cierto, pero no te convierten en un perito contable capaz de auditar las conciencias ni en un escáner de almas. La amistad, los debates «inmensos» y el conocerse desde hace cuarenta años no son un certificado de inmunidad contra la tentación, el desvío de recursos o la simple y llana incompetencia. Eso, querido barítono, es confundir el backstage con el tribunal de cuentas.

Insistes en que conoces la honradez de Julián, la devoción de Lillitsy, la entereza de Fernando León. Y lo creo. Puede que todos ellos sean, en su vida privada, personas de una integridad intachable. Pero de ahí a blindar la institución entera con el escudo de tus amistades personales hay un trecho tan grande como el Malecón.

El Ministerio de Cultura no es una peña literaria; es una maquinaria que mueve millones en presupuesto, que gestiona eventos internacionales, que reparte recursos en un país en quiebra. Y en ese ecosistema, la corrupción no suele llevar una máscara de carnaval y anunciarse a gritos. Se viste de discreción, se esconde en una licitación amañada, en un sobrefacturado silencioso, en la adjudicación directa a un amigo del amigo. Tu testimonio personal sobre su moral no audita ese flujo de dinero.

¿Especulaciones falsas?

Y entonces, uno se pregunta, si la transparencia es tan meridiana como pintas, ¿a qué vienen los cambios de viceministros? ¿Por qué levantaron en peso a Rafael Bernal? ¿Por qué Abel Acosta sale de escena? ¿Dónde están los cuadros robados de Bellas Artes con la esposa de Bernal detrás y subastados en Nueva York? ¿No sabía Bernal que su esposa sacaba esas obras de manera clandestina de Cuba?

En la política, y más en la nuestra, las bajas repentinas no se suelen deber a «profundos sentimientos de nación» o a un exceso de honradez. Algo huele a podrido, y no es en el reino de Dinamarca, sino en el edificio del MInisterio de Cutura. Si todo funciona con la pulcritud de un ritual de iniciación en una logia masónica, ¿qué justifica estos reacomodos?

La defensa a ultranza, sin admitir ni una sola grieta, lo único que hace es levantar más sospechas. Parece el guion de una ópera donde todos los personajes son héroes sin mancha, pero el teatro se cae a pedazos.

Hablas de «especulaciones falsas» sobre Fernando Rojas, a quien defines como un «enemigo» por vuestros puntos de vista divergentes. Es un gesto loable, dar la cara incluso por un adversario. Pero, de nuevo, confundes la ética personal con la gestión institucional. Que su familia haya sido «sacrificada y culta» es un dato loable para una biografía, pero irrelevante para una investigación.

La pregunta no es si es buena persona, sino si los recursos que pasaron por sus manos se emplearon con la eficacia y limpieza que el pueblo cubano, ese que sufre la escasez, merece. Tu defensa, basada en el carácter, es un argumento ad hominem al revés: como son buena gente, es imposible que hayan gestionado mal. La historia universal, y la de Cuba, está llena de ejemplos que desmienten esa ecuación.

Lo tuyo es solo fe

Al final, Ulises, tu texto no es una refutación, es un acto de fe. Un credo. Has sustituido los datos por dogmas, las pruebas por testimonios de carácter. Y con eso construyes una narrativa peligrosa: quien cuestione la moral de estos funcionarios, «traiciona la razón, la verdad y el sentido de Patria». Es la trampa perfecta. Cierras el círculo: la crítica no solo es falsa, es antipatriótica.

Así, conviertes un problema de gestión y posible corrupción en un test de lealtad. Y te sacas de la manga la carta definitiva: o estás con mi lista de honrados, o estás contra la Patria. Es una jugada maestra, lo reconozco. Pero es pura teología, no es debate. Es fe, no es transparencia.

La verdad que dices defender, Ulises, no necesita de tus amistades para sostenerse. Necesita cuentas claras, rendiciones públicas, mecanismos de control independientes y, sobre todo, la humildad de aceptar que hasta el más honrado de tus amigos puede cometer un error, o peor, mirar para otro lado.

Al cerrar filas con un abrazo grupal, lo que haces no es defender la Cultura, sino blindar a una casta. Y esa, mi hermano, esa sí que es una traición a la razón y al pueblo al que dices servir. La lealtad no es al hombre, es al principio. Y el principio, aquí, huele a podrido.

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