Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Comparte esta noticia

Por Luis Alberto Ramirez ()

Cuando se analiza la política internacional de Donald J. Trump, muchos críticos lo catalogan de errático, impulsivo o simplemente fuera de control. Sin embargo, existe una teoría detrás de ese aparente caos, una estrategia que ha sido históricamente utilizada por líderes con objetivos muy claros: la “teoría del loco” (o madman theory en inglés). Y, como lo señala el Dr. James D. Boys del Centro de Estudios de EE.UU. en Londres, a Trump esta teoría le ha funcionado de maravilla.

Esta doctrina fue popularizada en la Guerra Fría y utilizada notablemente por Richard Nixon. La premisa es simple pero poderosa: si logras convencer a tus adversarios de que eres lo suficientemente impredecible, tal vez incluso capaz de tomar decisiones irracionales, entonces ellos preferirán no provocarte. En el ajedrez geopolítico, si tu rival no sabe qué movimiento viene, no puede anticiparse ni contrarrestarte.

En el caso de Trump, esta teoría no solo ha sido una herramienta diplomática: ha sido su filosofía rectora, su sello personal. Como afirma el Dr. Boys, el presidente “se hace el loco sin estarlo”, creando una neblina de ambigüedad tan espesa que termina confundiendo lo mismo a aliados que a enemigos. Y ahí está la clave: el desconcierto se convierte en poder.

Cuando Trump volvió a la Casa Blanca para un segundo mandato, sus declaraciones no fueron precisamente moderadas. Propuso anexar a Canadá como un nuevo Estado de la Unión, adquirir Groenlandia, e incluso “recuperar” el canal de Panamá. Para cualquiera, estas ideas parecerían propias de un lunático, pero bajo la óptica de la teoría del loco, son movimientos calculados.

Europa mordió el anzuelo

¿El resultado? El planeta entero puso los ojos en la agenda de Washington. Líderes de todo el mundo se vieron obligados a reaccionar, a sentarse, a negociar. Esa exageración inicial no buscaba resultados literales, sino efectos tangibles en otras áreas: presión económica, redes de alianzas, renegociación de acuerdos.

Un ejemplo contundente fue su amenaza de retirar a EE.UU. de la OTAN y de no defender a Europa ante una eventual invasión rusa. ¿Qué ocurrió? En lugar de desmoronarse la alianza, como muchos temieron, los países miembros comenzaron a aumentar su gasto en defensa. Trump exigió el 5% del PIB como aporte a la organización, y aunque no todos llegaron a esa cifra, el mensaje fue claro: nadie podía seguir escudándose en la chequera estadounidense sin poner de su parte.

Trump no convenció con diplomacia clásica, lo hizo a fuerza de exageración, de presión pública, de mostrar que estaba dispuesto a irse de la mesa y apagar la luz, amenazó con tumbar el tablero y llevarse las fichas.

Un impredecible

Lejos de ser un político tradicional, Trump es un negociador que domina el arte del desconcierto. Su estrategia no parte del consenso sino del desequilibrio. Cambia de opinión públicamente, lanza amenazas impensables, y obliga a todos a preguntarse si va en serio o solo está subiendo la apuesta. Esa incertidumbre es su ventaja.

La teoría del loco, por tanto, no significa que el actor en cuestión esté fuera de control, sino que aparenta estarlo para tener el control total del tablero.

Donald Trump ha sido una figura polémica e inclasificable, pero su impacto en la política global es innegable. Detrás de sus frases provocadoras y su estilo impredecible se esconde una estrategia ancestral, afinada por líderes que entienden que, en la política de poder, el miedo es tan eficaz como el respeto.

El loco, en este caso, no es un insensato. Es un actor que representa con precisión el papel del impredecible… para lograr lo que otros nunca se atrevieron ni a intentar.

Deja un comentario