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Por Datos Históricos
La Habana.- En la sabana de Kenia, entre el polvo dorado y el susurro del viento, Zacharia Mutai se inclina junto a Najin, uno de los dos últimos rinocerontes blancos del norte que quedan en la Tierra.
La acaricia con ternura, como si temiera que incluso el aire pudiera quebrarla. Najin y su hija Fatu viven bajo vigilancia constante: veinticuatro horas al día, siete días a la semana.
No hay descanso para quienes custodian el final de una especie. Estos hombres han pasado más tiempo con los rinocerontes que con sus propias familias. Han aprendido a entender su respiración, su miedo y su silencio.
Zacharia ya no es solo su cuidador. Es su compañero, su voz y su guardián. Él y su equipo forman una línea invisible entre la existencia y la extinción, trabajando junto a científicos que intentan lo imposible: devolverle un futuro al rinoceronte blanco del norte.
Cada amanecer es un recordatorio de lo que el ser humano puede destruir… y también de lo que aún puede proteger.
Porque, en Ol Pejeta, entre el rugido lejano de los leones y el murmullo de la hierba alta, la esperanza todavía respira.