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“TO BE OR NOT TO BE”

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Por Irán Capote ()

Pinar del Río.- Salí con el morral al hombro a buscar comida. Poco dinero, como todo cubano que se respete. Compré una libra de picadillo. Quería otra, pero también quería algo para ensalada. Llegue hasta donde un carretillero. Era un muchacho de unos veintipico, si acaso. Tenía unos tomates ahí, unas cebollas ahí, unos pepinos ahí… No me miró cuando llegué.

Tenía la vista clavada en un punto detrás de mí.

Pregunté:

-¿A cómo estás tirando la libra de tomates, brother”

-A cien, hermanito… -dijo muyyy bajo y entre dientes, sin mirar hacia otra parte que no fuera su horizonte.

El susurro me pareció raro, pero como era la hora de almuerzo, pensé que tal vez el pobre muchacho no había almorzado. Y con todas naturalidad, le dije: “ponme tres”. O sea, serían trescientos pesos. Justo lo que me quedaba cuando decidí no comprar la segunda libra de picadillo.

Empezó a echar tomates en la balanza. Y su horizonte se acercó a la carretilla. Una oficial de la policía, uniformada, con sus uñas acrílicas y todo, llegó, se paró a mi lado y habló como quien tiene una bola grande de chicle en la boca:

-¿Precio del tomate, chino?

El joven careterillero me miró de soslayo y respondió alto y claro:

-Cincuenta -mientras pesaba mis tres tristes libras de tomate.

La oficial permaneció a mi lado, hurgaba en su monedero como quien busca dinero.

Yo estaba tieso.

El muchacho, obligado por las circunstancias a seguir con su acción, me hizo un gesto para que abriera el morral. Y me dijo:

-Tres libras, ciento cincuenta pesos.

Ya yo tenía mis trescientos en la mano. Y al verlo descubierto pensé varias cosas en segundos. Podía pedir más libras de tomate, preguntar por el precio real de las cebollas, y quién sabe si hasta comprar una ristra con los ciento cincuenta del vuelto. Era mi momento de denunciar, de decirle a la oficial, de aprovecharme y comprar a un precio justo y establecido los productos.

Pero no lo hice. Le di las gracias al carretillero. Y él, en cambio me dio las gracias con la mirada. Y me fui. Con más dudas que dinero. Con más dudas que tomates.

Creo que hice lo correcto. Y a la vez creo que no.

Mi silencio es cómplice y quizás hasta ayuda a la realidad de un muchacho joven que vende en una carretilla al sol, en pleno mediodía. Quién sabe cómo sea su vida, su familia, su realidad…

Y mi silencio también es cómplice de la estafa del mercado negro, de la inflación, de la corrupción.

No sé qué hubieran hecho ustedes… A mí me mordió la empatía, aunque se me encajara como un cuchillo por la espalda.

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